emilio poloDe vez en torpe a uno le ataca la leyenda del somorgujo, saca la cabeza de debajo del agua y es entonces en el punto cuando ve todavía las cosas más espesas que antes del remojo. Por ejemplo, lo del día 18 cuando la lluvia encharcó las calles en plena Ofrenda y los faldones de las falleras se empaparon dejando cuatro dedos de fleco de moje oscuro, zapatos y medias para tender, y no digamos las alpargatas de cuantos por comodidad adoptaron el esparto. Hubo quienes llegaron descalzos hasta la imagen de la tarima.
Es entonces el momento de plantearse el dislate del inventor de la falda hasta el suelo, escondiendo el trabajo de oficio especializado para forrar un calzado con el tejido de la misma seda que el traje, que luego sólo se exhibe sentada en una silla y en las presentaciones si los escalones son altos. 
Tanto invocar la indumentaria de siglos pasados... Repasen las imágenes y comprueben por dónde se llevaban las faldas, sin ir tan lejos hasta casi el final del siglo XIX. La primera Fallera Mayor se nombró por el Comité Central Fallero el año 1931, la señorita Ángeles Algarra, con una indumentaria teja y mantilla al más puro estilo andaluz. Desde entonces las faldas como mínimo a un palmo del suelo. Lo mismo que el dislate de diferenciar el traje de fallera del de valenciana. Insisto, el de fallera propiamente dicho no ha existido nunca.  
Otra cuestión extraída de las recientes Fallas ha sido la de los truenos espantosos, a cualquier hora del día o de las noches. Grupos de jóvenes ya cuajados, sin indumentarias que los identificaran por ninguna comisión fallera, soltando en plena calle auténticos bombazos espantasuegras, tan estridentes como para hacer cimbrearse los cristales de los escaparates del entorno y ensordeciendo los oídos de las comitivas que desfilaban en la Ofrenda el mismo día 18, aterrorizando a los más pequeños e indignando a los mismos adultos de las comisiones falleras. Muchas normas para los petardos inofensivos de la morralla, ¿y a estos gamberros no los trinca nadie? No son falleros, se ríen de quien les llame la atención y nadie dice de dónde sacan la pólvora. Esto ocurre en los cuatro puntos cardinales de la ciudad.
Y cuando comenzamos un nuevo ejercicio habrá que controlar dislates como los contratos con determinados artistas, que luego dejan colgadas todos los años a varias comisiones, fallas incompletas, denuncias y ahí te quedas, el disgusto ya no lo quita nadie y el llanto de las falleras mayores se queda para el mal recuerdo de un año fofo.
Pero también a tener en cuenta las deficientes formas de administrarse de algunas comisiones caldosas. El querer meterse en charcos más allá de sus posibilidades llevó en la historia de las últimas décadas al hundimiento de numerosos colectivos, casos bien conocidos sin entrar en memoriales. No es cuestión de dar ejemplos con nombres propios por no exhibir las nalgas de los encausados, pero algunas, las más significadas que mantuvieron su número de censo, ya no volvieron a militar en las categorías donde se dejaron sus vanidades.