julio2011Cuando uno echa la vista atrás y recuerda el esfuerzo que hicieron ciertas familias para que sus hijas ostentaran la máxima representación de la fiesta, o lo que es peor, piensas en aquellas mujeres y niñas que no pudieron alcanzar su sueño sencillamente por razones económicas, resulta todavía más incomprensible ciertas actitudes.
Hace unos veinte años, por estas fechas, un debate televisivo organizado por el director de esta publicación generaba un compromiso por el entonces presidente de Junta Central Fallera, Alfonso Grau. Un acuerdo que suponía un paso importante en la ‘democratización’ del cargo de Fallera Mayor de Valencia. El consistorio acarrearía con los gastos de la indumentaria principal que luciría la máxima representante de la fiesta fallera. Con ello, se conseguía paliar en parte el gran esfuerzo económico que suponía para esta, y que a tantas aspirantes había apeado del camino.
Unas barreras, las económicas, que fueron sorteándose poco a poco. Recordemos que entre otros gastos las Falleras Mayores también asumían el dispendio de las propias fotografías realizadas para el intercambio de fotos.
Desde entonces, en ocasiones de forma velada, y otras con nombres y apellidos, diferentes firmas han contribuido a confeccionar anualmente lo que podríamos denominar como el fondo de armario de las Falleras Mayores.
Casualidad o no, nadie puede negar el crecimiento que ha experimentado el sector de la indumentaria en la fiesta fallera en estos veinte años. Las Falleras Mayores son las mayores embajadoras de nuestros sederos e indumentaristas, no sólo por el impacto económico que a sus negocios y a la ciudad genera en puestos de trabajo. Hablamos también de que son las verdaderas portadoras y exportadoras de un legado patrimonial de incalculable valor cultural.
Este camino recorrido es el que la actual Junta Central Fallera quiere acotar, restringir, en definitiva, prohibir, marcando la pauta de lo que deben o no vestir las Falleras Mayores, más allá de los actos para los cuales el consistorio les regala las citadas galas, condicionándolas a desfilar como alumnas uniformadas de colegio privado de antaño, por mucho que sea con un elegante espolín. A mi modesto entender es un paso atrás, ninguneando el esfuerzo realizado por estos profesionales que ahora no lo dedicarán por lógica a ellas al no tener esa mínima contraprestación. De querer alternar esta indumentaria en el millar de actos que pueden sobrepasar fácilmente, será de nuevo a costa de sus bolsillos gracias al organismo rector, que encima quiere ampararse en la defensa y mayor difusión de los indumentaristas oficiales, esperando encima que sean publicitados ‘por la cara’.
Una falacia injustificable. Los profesionales del sector tienen clarísimo que hoy pueden ser oficiales, pero mañana no, y pasado o al otro pueden serlo de nuevo, pero todos los años, todos los días, abren sus negocios para ganarse el pan, y con su esfuerzo diario complementaban cada ejercicio esa fuente impagable de conocimientos y divulgación que es parte indiscutible de esa fiesta que esperamos sea declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
No volvamos al clasismo fallero, no nos pongamos zancadillas al patrimonio.