manoloOkUna columna de opinión se reviste del criterio personal de quien la suscribe para, de esa forma, trasladar al lector sus impresiones sobre un tema en concreto. Siendo ésta una publicación sobre la fiesta de las Fallas, lógico y normal es que servidor, a la hora de lanzar su órdago de pareceres, siempre de adentro hacia fuera, hable de la fiesta del fuego. Sería pues raro que dedicara este espacio a hablar de otras materias. Pero esta vez quiero hablarles de otras materias, eso sí, aplicadas al fin y al cabo al mundo de las Fallas.

Me apetece hablarles de la casta, el tronío, el respeto, la elegancia, el saber hacer y estar, el magisterio y la humanidad. De cualidades que, a día de hoy, necesito ver tanto en la fiesta como los humanos (los que lo somos) necesitamos el aire para respirar. Y en la fiesta hoy día poco se puede respirar con el ambiente enrarecido que nos ha sido impuesto. Por ello necesito respirar. Necesito evocar otros tiempos, otra era. Otra fiesta, la que nos enseñaron nuestros mayores. La fiesta en la que reinaron, cada uno a su manera, dos colosos que nos dejaban el mes pasado.

Jesús Barrachina es el mito. Un presidente singular para una falla muy singular, la de Convento. Un fallero para un cruce que es historia de la fiesta, una plaza hecha de honor y premios, de un tiempo que fue y que siguió siendo. Y allá que llegó Barrachina, con su mostacho, su figura inconfundible y su genio, su gracejo y sus puntadas con hilo. Al igual que hizo en el mundo de la restauración o en su vertiente más futbolística, Don Jesús dejó frases, dichos y momentos para jalonar un anecdotario enciclopédico. Y de sus ‘piques’ y ‘lindezas’ si el uno no llegaba, para qué contar. Barrachina fue y será un mito y una figura referencial de la fiesta fallera.

José Ombuena es el magisterio. El profesor de fallas, el maestro de cómo funciona esta fiesta nuestra. Una fiesta basada en la convivencia. Porque la subsistencia de la fiesta comienza y acaba en la convivencia. Pepe Ombuena siempre me sorprendía con su aprendizaje continuo. “A mí me gusta aprender”, decía. Aprender de los demás, continuamente. Y yo para mí pensaba que Pepe ya se las sabía todas y que poco necesitaba aprender de uno y otro. Pero él observaba, mucho. Y escuchaba, más si cabe. Gran conversador y fallero de los que nacen a la fiesta en el barrio y salen a ver mundo, a ver cómo se vive la fiesta en otros lugares. Un fallero trabajado, bregado, batallado y amado. Mucho. Con  inmenso y entrañable cariño.

Barrachina y Ombuena se han ido para siempre. Quedarán en nuestra memoria, pero con ellos se va desdibujando una era, la de las Fallas que conocemos y aprendimos muchos. Ese tiempo deja paso a otro, uno que de momento enseña una cara muy fea, con mucho barro, con mucho veneno. Una época donde advenedizos e iluminados profetas nos quieren enseñar a la fuerza el camino de una fiesta que muchos no reconocemos. Una época en la que el respeto por la convivencia se olvida en el cajón para espolear con consignas políticas un mundo fallero que alucina a cada minuto. Una época fría, como el invierno.

Vamos a echar mucho de menos a Barrachina, a Ombuena y a tantos otros que se fueron. La fiesta los va a echar mucho de menos. Yo los echaré mucho de menos.