ImageMucho me temo que esta frase no alcance la plenitud de su sentido hasta haber cumplido cierta edad más allá de la llamada mayoría, entonces es cuando en ocasiones se repasan secuencias de lo vivido y empieza a saberse el verdadero contenido de la evocación.
Si además se tiene cierto arraigo con la música, todavía se detectan acampanados los episodios, puede decirse que los mejores recuerdos en cualquier memoria civilizada están marcados por una melodía y esta a su vez por una persona, vivencia u ocasión de felicidad interna.
Quienes hemos vivido la fiesta fallera desde la juventud -años cincuenta- y contemplamos cuantos se quedaron en el camino, cambios naturales, incidencias y despropósitos, sin duda analizamos con notoria objetividad los tiempos que corren.
Desde el tener que habilitar espacios y colchonetas para que pernoctaran los músicos hasta ver desfilar actualmente algunas reducidas charangas disfrazadas tras el estandarte y las comisiones por las calles más céntricas.
Se organizaban rifas callejeras, loterías sin competencias de otros sorteos diarios que ahora nos machacan el invento.
Aquellas fallas de barriada jocosas cargadas de ingenio y críticas audaces, sin censura pese a lo que nos quieran descubrir ahora, a las anodinas que hoy se plantan y abandonan sin una mínima atención, de oficio y por justificación festiva.
A los falleros nunca se nos prohibió el derecho a las reuniones, publicar en valenciano, colgar las señeras en los balcones, hacer teatro en lengua vernácula, ni nos pusieron pegas los vecindarios para la libre expansión de nuestros festejos.
En cualquier barriada había un teatro o centro cultural donde pudimos desarrollar nuestras inquietudes artísticas. Ahora hay que salir al extrarradio, a poblaciones periféricas, los locales céntricos están copados por grupos subvencionados, politizados algunos y lo que es peor, apoyados por las instituciones a sabiendas de sus tendencias frente al colectivo fallero.
Tenemos teatros como el Escalante, Micalet, Rialto o Talía, donde hicimos presentaciones, funciones y espectáculos para niños y adultos, que hoy están cerrados a cal y canto para las fallas, todos ubicados en el centro de la ciudad.
Esto no significa que actualmente la fiesta no mantenga sus virtudes, excelencias que nos recogen en casales que hasta finales de los setenta apenas se disponían. Hoy ya casi no quedan comisiones que no tengan su local social, al menos así constan en los censos de JCF.
Pese al sacrificio que ha supuesto para algunas comisiones trasladar su emplazamiento por exigencias del tráfico rodado, nadie ha puesto impedimentos para facilitar las aperturas al consistorio.
A medida que ha ido creciendo la ciudad, se han incorporado nuevos colectivos allá en las barriadas donde aparecieron edificios y renovados vecindarios y hoy nos encontramos con unos censos cada vez mas extendidos en número, tampoco queda una demarcación donde plantar una falla de nueva creación.
Sin embargo, tras haber conseguido acondicionar un amplio edificio para las dependencias de Junta Central Fallera, hoy se hace imprescindible ese gran casal con un salón de actos acorde con las exigencias actuales de la fiesta, además de espacios para acontecimientos lúdicos, reuniones e incluso clases de enseñanza musical más allá del tabal y la dolçaina.
Somos muchos los que entendemos que el paso siguiente está ahí y a buen seguro que el ayuntamiento podría
encontar el punto y lugar.

 

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