Difícil, ingrata y nunca bien reconocida la labor de un jurado. Y estoy hablando de cualquier tipo de jurado, ya sea el que califica el concurso de “Arròs amb bledes” de Lliria, como el que elige y designa a la mismísima Miss Universo…

Hay concursos en los que es muy sencillo calificar, pues sus normas, reglas o criterios son extremadamente objetivos y pueden ser calibrados con algún tipo de aparato de medida convenientemente graduado. En estos casos el jurado actúa únicamente a modo de notario, certificando que un concursante ha ganado y otro, simplemente, no ha llegado a los niveles matemáticos exigidos.

Pero la cosa se complica cuando las normas, reglas y criterios del concurso son subjetivos o no existe al menos, el aparato de medida preciso para evaluar a los participantes. Aquí el jurado ha de poner todos sus conocimientos técnicos, experiencia y buen criterio a las órdenes de su cabeza y de su corazón, para poder llevar a buen término la labor a él confiada.

En estos casos es cuando el jurado se la juega. Es al hacer público el inapelable fallo cuando surgen las posturas encontradas, las diversidades de opinión, los lloros, las lágrimas (de emoción o de rabia), el chirriar de dientes y las descalificaciones más exasperantes hacia las personas que han puesto su trabajo y su criterio a disposición del concurso. El universo se divide, a partir de ese momento, en dos grandes grupos: Los que están a favor y los que están en contra. Los que están contentos por una decisión justa y los que creen que han sido robados e incluso insultados con una decisión que a ellos se les antoja absurda y arbitraria. Los que creen que el jurado ha sido imparcial y los que creen que, una vez más, la sinrazón impera en el mundo…

Pues este año el jurado del Concurso de Calles Adornadas y del Concurso de Calles Iluminadas nos ha dado motivos para que todo esto cambie. Si, si, como lo oyen. Los grupos ya no son los mismos. Siguen siendo dos, efectivamente. Pero ahora la composición de los mismos ha cambiado. Ahora, en un grupo está sólo el jurado, convencido de que su fallo es el bueno y el justo. Y en el otro grupo está incluido el resto del universo, convencido de que su inapelable decisión, no ha sido la acertada.

Y es que una decisión así ni se la merece ni contenta a nadie. A los afectados, es decir, a los ex aequos, no les gusta porque piensan que ellos eran mejores el uno, que el otro. A los que ocupan la tercera posición tampoco, porque piensan que después del 1º, por muchos primeros que haya, va el 2º y no el tercero… Al respetable público porque piensa que el jurado está para decidir quién es el mejor de un concurso y que “o se moja”, o que “decline la invitación” de ser jurado. Las empresas de iluminación tampoco estarán conformes, porque podrán pensar que a ninguna se le ha reconocido de una forma clara e inequívoca su esfuerzo. Y así podríamos continuar con todos los colectivos afectados.

El único contento (además del propio jurado, lógicamente) será el bueno del Rey Salomón, que ve aquí la continuación a su famoso juicio salomónico… pero recordemos que al final de ese juicio, fue la madre verdadera la que se llevó al niño a casa. Es decir, hasta Salomón, con su peculiar fallo, dictaminó un primer premio.

Hemos de procurar, en la media de lo posible, que este tipo de situaciones no se vuelva a producir. Pensemos que la sociedad fallera es extremadamente competitiva. Hay concursos de todo lo que somos capaces de hacer: Fallas, luces, teatros, presentaciones, deportes, Cruces de Mayo, paellas, juegos de mesa, cabalgatas… y que esa competitividad, para mantenerse viva, ha de estar recompensada, aunque sea con un “palet”.

El mundo fallero está preparado para ganar y también lo está para perder. Nos enseñan desde pequeñitos que esta posibilidad (la de perder) es la más probable. Y si no, vean el ejemplo: Casi antes de dar nuestros primeros pasos, nuestra madre (en connivencia con la abuela) nos presenta al concurso de disfraces que organiza la delegación de infantiles de nuestra Comisión, con un traje amarillo de pollito que ya se han puesto varias generaciones de niños. Sin tener apenas conciencia de ello, quedas el quinto en esta tu primera competición (salvo que seas el hermanito de la Fallera Mayor Infantil, ya que en ese caso quedas segundo, tras la hermana pequeña del presidente, que va disfrazada de gatita).

A los valencianos en general y a los falleros en particular, la derrota, lejos de hundirnos y humillarnos, nos anima a superarnos, a seguir luchando por alcanzar los objetivos deseados. El afán de superación, de conseguir el premio soñado, de cantar “campeones….”, de pasear nuestro palmito por la Plaza del Ayuntamiento para recoger nuestro “palet”, nos mantiene vivos e ingeniosos.

Quizá deberíamos plantearnos el añadir en la normativa de los concursos falleros, justo debajo de la línea que dice: “el premio no podrá quedar desierto” una línea que diga: “los premios no podrán ser ex aequo”. Así evitaremos que algún año tengamos dos Falleras Mayores de Valencia, eso sí, ex equas.

 

F. Pérez Cucó