altPor mucho que en ocasiones queramos mantener por separado los conceptos fallas y política, la realidad es que como en cualquier otra faceta de nuestra vida cotidiana, su planificación y administración, depende en gran medida de las directrices políticas que marquen sus gestores.
Unos dirigentes supeditados para bien o para mal a los designios de unas urnas, donde en la mayoría de los casos, basamos nuestro derecho al voto en una visión más generalista de aquello que entendemos como unos intereses municipales o autonómicos superiores, quedando la cotidianeidad fallera como la “María” de las asignaturas estudiantiles.
Nada tendré yo que objetar a que la situación actual requiera de un orden de prioridades fundamentales. La situación económica, y sobre todo la generación de empleo, hacen de lo que vulgarmente denominamos como “fiesta” un problema aparentemente menor cuando escuchamos a diario las cifras de desempleados, o la pérdida de poder adquisitivo sufrida por la mayoría de economías familiares.
Ante unos hechos irrefutables, no podemos más que encomendar nuestro voto, y con él nuestra esperanza, a quienes a nuestro particular parecer puedan en mejor medida gestionar esta situación con las mayores posibilidades de restablecer primero, y mejorar después, nuestras expectativas de futuro.
Hasta aquí creo que todos podemos estar más o menos de acuerdo, pero en esta, nuestra fiesta fallera, existe una peculiaridad que la hace distinta al concepto o visión más banal.
Según el diccionario de la RAE la palabra “fiesta” nos habla entre otras muchas acepciones de diversión o regocijo, de celebraciones donde quedan cerradas empresas o establecimientos públicos.
Nada que objetar a los términos diversión, regocijo, o celebración, pero, siempre hay un pero. La fiesta que nos ocupa es al contrario de lo que dice el baladí significado, un festejo que genera una actividad económica equiparable a grandes empresas del entramado productivo de nuestra sociedad. Donde los empleos directamente vinculados deberían tener la misma consideración que la de cualquier otro sector productivo. Donde el bolsillo particular de miles de valencianos genera no sólo una incesante actividad económica durante todo un año, sino que dejará en entredicho la definición de la RAE al comprobar la gran actividad empresarial que no solamente no cesa en día festivo, sino que se multiplica en ciertos sectores.
Por más de ochocientos millones de económicas razones solamente en la ciudad de Valencia, por los miles de puestos de puestos de trabajo que gracias a la fiesta fallera subsisten cada año, las fallas y los falleros son razones de peso para tenerlos en consideración por nuestros políticos y por nosotros mismos, falleros o no, a la hora de elegir la mejor opción.
Las Fallas son en realidad una gran empresa, un motor económico que hay que mimar y exigir sea defendido y valorado por los presentes y futuros gestores. Necesitamos que el dinero se mueva, que el trabajo genere trabajo, y que las Fallas sigan generando dividendos que finalmente se reparten entre toda nuestra sociedad. El 22 de mayo, la fiesta fallera también deberá estar presente en la urnas.