altPara sopitas y balneario está algún que otro artista, por no decir la mayoría de ellos, después del arranque de ejercicio el pasado mes. Y para amputarse las orejas, porque seguramente se les habrán gangrenado de tanto darle al teléfono. Suena que te suena, dale que te dale. Pero no hay tu tía, o lo que es lo mismo, no hay fallas. O no había fallas, porque es de suponer que en el momento en que usted, amable lector, esté leyendo estas líneas, fallas habrá muchas, y cada una con sus artistas bajo el brazo.
La fiebre por firmar fallas cuanto antes mejor ha sido un veneno común a todos, inoculado por culpa de la crisis y de que, pese a lo que muchos digan, este año la serpiente del dinero ha mordido a diestro y siniestro. A todos, de Especial a 7ªC. Y es normal. Lo repito, por si alguien no lo ha entendido: normal.
Las fallas del concurso de Valencia no han revestido la mejor calidad de su historia. En primera instancia, por culpa del agua, está claro. Pero es que para algunos que haya llovido es lo mejor que les ha podido pasar este año. Las verdades, como las del barquero. Evidentemente la cantidad de incidencias reportadas a la delegación de idem (Incidencias) han sido bastantes más que otros años. Los careos entre artistas y comisiones se has desarrollado dentro de un orden, y o ha habido acuerdo o ha habido drama. Y lloros.
Hace un año les comentaba que debíamos quemar en la hoguera del ostracismo el concurso de bocetos. Pero también les decía que el ansia desmedida por firmar fallas con avidez por aquello de la crisis haría que más de uno llorara y dijera al final de la corrida aquello de “yo no quería”. Y patapam.
Año aciago para muchos, y feliz para muchos más que los anteriores, este 2011 sacó a la calle varias evidencias. La primera, que nuestros artistas falleros son grandes profesionales y ni el viento ni la lluvia pueden con ellos. Fue un asco de plantà, deslucida, incómoda, pejiguera, puñetera y en algunos casos tormentosa -no de tormenta, se entiende-, pero se solventó. Se plantó. Y se quemó. Viva el artista fallero y la madre que lo parió.
En la otra cara de la moneda, la parte más oxidada y herrumbrosa, están los “figuras” que no llegan ni al apelativo de torero. Maletillas si acaso. En su caso no tiene nada que ver ni la lluvia, ni el tiempo.
La única ventaja que el toro fallero tiene sobre otros, es que al fallero se le ve venir desde enero. Dos meses y medio en los que estás viendo que el toro te va a pegar una cornada con dos trayectorias: una en la falla que plantas ese año, y otra en la escasez de fallas que te llamarán al año siguiente. Por ello, cuando el toro sale a la calle el 16 de marzo, los clarines tocan para que el morlaco vuelva al corral.
Es un mal trago, siempre para la comisión y la mayor parte de las veces para el artesano. Pero debemos tener medida y no tirotear al que ya está colgado en plaza pública.
Por lo demás, nada nuevo bajo el sol. Reiniciamos ordenador fallero. Y de paso, un recuerdo para navegantes. Abajo el concurso de bocetos. ¡Abolición! De hecho conmino a los artistas a no presentarse al mismo, aunque sé que eso es un arma de doble filo porque de ese aborrecible concurso depende muchas veces su pan. Y con las cosas de comer no se juega.
Se lo digo pues a las comisiones. Contraten artistas, no dibujos en papel. Firmen con profesionales del arte efímero y confíen en su buen hacer, porque como he dicho antes, yo creo en ellos y grito a los cuatro vientos sus excelencias. Lo repito aquí y ahora: viva el artista fallero y la madre que lo parió. Echamos la firmita y arreglado.