altCuando hace apenas unas semanas, Juan Armiñana respondía en el programa el Cadafal de Ràdio Nou a la pregunta de nuestro compañero Alejandro García sobre el estado actual de la Federación de Fallas de Especial con aquello de “te podría decir muerta, pero hombre no, mal enterrada”, los regueros de opiniones corrieron como aguas turbulentas bajo un puente como el del río Kwai.
Una frase descriptiva, una canción recordada, una película independiente. No recuerdo exactamente como llegué a esa relación de ideas, sólo sé que el séptimo arte apareció con fuerza, y como es habitual en estos casos, la realidad superaba ampliamente a la ficción.
Será la resaca de Cannes, el recuerdo del festival fantástico de Sitges, o que sé yo, el caso es que los festivales igual que las opiniones están para esas cosas, aunque en ocasiones tengo que confesarles que veo muertos... y es que en apenas unos días una imaginaria cartelera se llenó de estrenos en múltiples salas, de reposiciones de los clásicos, o de cortos carentes de toda valoración crítica, pero que aprovechan para darse a conocer en los festivales.
En algunos cines de dudosa reputación pude encontrar películas al estilo de las “telemovies” más cutres. Producidas por estómagos agradecidos y cuyo guión no dejaba de ser un burdo “remix” protagonizado por alguna vieja gloria del cine más rancio conocido. Un género pésimo, donde la aparente ficción daban paso a la más patética de las realidades cotidianas.
Por otro lado nos encontraríamos películas con los típicos celos entre los protagonistas de reparto. Un clásico del ayer, de hoy, y de siempre, donde actores secundarios se creían primeras figuras, y donde otros se sentían despechados cuando ni siquiera trabajan en esta película.
También habían cortos. Cortos muy cortos, tanto que no daban ni para cinco palomitas. Eso si, algunos evidenciaron grande verdades del panorama actual, el problema es que en ocasiones son en versión original, con lenguas de medio trapo donde los subtítulos no llegan con claridad a definir todo el significado que buscan transmitir.
Aunque realmente esto último no importa, aquí lo verdaderamente importante es la taquilla, éste sería un comentario que se podía escuchar claramente entre pase y pase. Una superproducción tiene que tener una taquilla garantizada, dejarse de medias tintas y falsas promesas de productores de tres al cuarto, hay que meter toda la carne en el asador y vender el producto como si no hubiera mañana. Las grandes figuras hay que pagarlas, y no hay tope salarial que valga, espetaba algún que otro cinéfilo empedernido. Hay que ser consecuente e invertir si se puede, por mucho que unos quieran vivir de las subvenciones estatales, si no tienes para Banderas te apañas con Resines, pero lo vendes como uno de los mejores clásicos, nada de bajar un peldaño y estrenar en salas de segunda.
Y es que el cine es así, como la música, con sus verdades y sus mentiras, con toda una amalgama de colores y gustos, que nos hacen esperar a la siguiente entrega, donde igual cambia la historia, y el protagonista que parecía muerto y enterrado en las aguas del Caribe, aparece diciéndole a todo el mundo que se equivocaron de muerto, que el lío que se formó era puro cuento, ya que no estaba muerto, que no, que no, que estaba tomando cañas, lerelele, lerelele...