altJosema Yuste vestido de ama de casa. Millán Salcedo, de presentador de TVE. “Le cambio su tambor de detergente por uno de Gabriel”. Atropellos, golpes, zurriagazos, contusiones, tambores de detergente por el suelo. “¡Si es lo mismo!”. “Pero no es igual…”. Así se despachaban Martes y Trece en uno de sus gags más reverenciados. Un humor que me viene al pelo para exponer un tema a su consideración.
Ahora que las hogueras están a la vuelta de la esquina, es quizá el momento de intentar encontrar qué diferencias existen entre hoguera y falla. Vayan pertrechándose de lapicero fino y sentido agudo de la vista, que abrimos la miscelánea por la parte de las siete diferencias. Apunten y no se despisten.
En primer lugar tenemos una falla, que se planta a mediados de marzo... o no, porque las hay que se plantan más tarde pero no por ello dejan de ser falla. El monumento que nos ocupa se expone en vía pública, contiene una temática que quiere ser cercana al espectador y, si la autoridad y el tiempo lo permiten, criticar mediante la sátira usos y costumbres del contexto social actual. Su estructura, principalmente, se compone de remate, contrarremate y escenas con figuras, llamadas ninots. Actualmente, las fallas viven una época en la que las ideas vanguardistas conviven con el estilo conocido como barroco, disfrutando de colores, texturas y formas de modelar completamente distintas, incluyendo en todo ello influencias del diseño gráfico y del cómic.
La falla estará elaborada, eminentemente con materiales inflamables, por un artista experto en estas lides cuyas técnicas no pueden ser estudiadas de momento en ningún centro formativo de FP. De momento.
La hoguera se planta en junio… o no, porque las hay que se plantan más tarde pero no por ello dejan de ser hoguera. Y podría seguir hasta repetir todo lo anterior, incluido lo de que las técnicas no pueden ser estudiadas de momento en ningún centro de la FP. De momento.
Fallas y hogueras. En la esencia, diferentes... pero menos. En lo más objetivo y palpable, hermanas gemelas. Por eso siempre me produce una mezcla de estupor y preocupación aquellos que cuando ven una falla con tonos de color diferentes a los habituales y diseños más vanguardistas, se giren y te razonen, “a mí es que este estilo, en plan hoguera, no me gusta”. O al revés, que en Alicante también he oído aquello de “es que éste es fallero, y se nota”. ¿En qué se nota? ¿Uno es más o menos fogueril o fallero según la cantidad de naranja fluorescente que use en la mezcla de pintura? La sintetización de formas, por ejemplo, no es exclusivo de las hogueras. Sí que es muchísimo más habitual que en las fallas, como la utilización de la famosa estructura en “palmera” dentro de los remates. Símbolos de distinción que hacen de las hogueras eso mismo. Y las fallas también tienen esos iconos propios, como la crítica a través de la sátira. Pero no podemos despreciar fallas y hogueras por parecer hogueras y fallas. Eso, en todo caso, podría ser un conato de proselitismo festivo, cosa la cual habría entonces que tratar con urgencia.
Cuando llegue marzo siempre iré a ver fallas, y cuando llegue junio, disfrutaré de las hogueras. Son lo mismo, pero no iguales. Y eso es lo que las hace únicas.