emilio-poloTodos sabemos de la dinámica por la que nos regimos las comisiones falleras, anárquicas y caprichosas, en cuanto a administrarnos por los cauces que nos den prestancia y nos distingan de cualquier otro concepto en el ámbito o meollo de la fiesta.
Con los tiempos, se ha demostrado que el fallero es único en inventar “paridas” en busca de protagonismos y matices, que nos proporcionen el ser los únicos, o los primeros y que nos marquen las diferencias con los demás. Se hacen esfuerzos, auténticos sacrificios en pro del medraje y se instituyen símbolos y actos, para determinar parcelas que nadie antes hubiera intencionado.
Si no se puede destacar en cuestiones tradicionales básicas por falta de alcance, se buscan resquicios por los que aflorar.
Con frecuencia nos encontramos con salidas indolentes que nos marcan el terreno de lo insólito y nos dejan perplejos ante situaciones que nunca podríamos imaginar. Desde el arbitraje de que “somos los que más carritos de bebés sacamos a desfilar en la ofrenda”, hasta destacar el nombre de la propia fallera mayor en la canastilla del cumplido.
Se celebran a bombo y platillos las efemérides de cada lustro  y nos plegamos en decenas de coloquios cuyas conclusiones nunca cuajan en realidades, vamos que ni trascienden. ¿Pérdida de tiempo? pues tampoco. Se pasa el rato, nos saludamos y nos disolvemos en tópicos de corta relación, por que lo único cierto es que entre los falleros casi nunca dejamos la puerta abierta a nuestras penurias.
Lo de las vestimentas habría que reparar en ello, aparecen inventos y alternancias que en algunos casos desequilibran el intelecto del espectador. Es cuestión de gustos desde luego, pero cuando se trata de romper moldes es cuando se desfasa.
Menos mal, porque a punto estuvo una comisión de sacar a su fallera mayor bajo un dosel, lo mas parecido a un palio pontifical. Alguien debió hidratar la idea y afortunadamente quedó solo en arcos florales.
Porque sacar en hombros la imagen de la Mare de Déu al final de las presentaciones falleras ya caducó, al menos ya hace tiempo, que uno sepa.
Los hay que buscan la solución fácil, aunque con reservas, de celebrar cualquier aniversario elevando la falla infantil a la sección Especial. De manera que hay trece fallas grandes en la máxima categoría y diecisiete infantiles, algunas de ellas la falla principal ni siquiera compiten en la sección de plata. El todo vale llega hasta este extremo, hombre pues más mérito tendría hacerlo con la falla grande, las machadas con ibérico y buenos caldos.
El espíritu fallero es tan efímero y loable como la propia obra artística, es la consecuencia de nuestros logros y gracias a ello y al rebufo de la competencia su esplendor.
Ya están ahí las preselecciones a Cortes de Honor, todo un reto y lanzadera a tumba abierta para salirse del acotado tiesto, esperemos que con buenas sensaciones.