julio2011En su cita anual con el comadreo fallero, incluyendo en el término a la diversidad de sexos, el debate está servido, y como en batalla mitológica entre el bien y el mal, los contendientes esgrimen sus valores para ganar la lucha, dialéctica ella a mi entender.
Desde el tradicionalismo patrio al vil metal, las palabras se suceden. Los falleros exteriorizan sus emociones, razones y motivos. Los empresarios las suyas. Los políticos, ay los políticos, requiebros tras requiebros, luciendo inmaculada verónica de blanca benevolencia, bordada ex profeso para estos envites y así sortear al morlaco, de no hacerlo el revolcón está asegurado.
Sin miedo, pero con respeto, quien les habla no le importa ponerse a puerta gayola, y a pecho descubierto, sin más interés que su propia convicción, se declara fallero practicante y defensor del cambio de fecha.
Primero que nada por entender que el tradicionalismo es tan efímero como las propias fallas plantadas. Tenemos la costumbre de creer que lo tradicional, “lo de tota la vida” es simplemente aquello que alcanza nuestra memoria, o la de nuestros familiares o amigos más cercanos, no recordando que el mundo ya era mundo cuando nosotros llegamos. Particularizando en el tema que nos ocupa, la propia fecha del 19 de marzo cambia cada cuatro años con total anuencia. Recordemos que es el septuagésimo octavo día del año, o el septuagésimo noveno en los años bisiestos. O que cuando fue proclamado San José por el papa Pío IX como Patrono de la Iglesia Universal en 1870, unos 130 años después de la primera información fallera datada, lo consideró a su vez patrono del trabajo, especialmente de los obreros, dándole por dictamen el papa Pío XII en 1955, la connotación cristiana uniendo su nombre al del día internacional de los trabajadores, el 1 de mayo.
O que la figura del patrón de los carpinteros, modelo de padre y esposo, Patrón de la Iglesia Universal, de los trabajadores, de infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte, además de patrono contra el comunismo y la relajación moral según declaración del papa Benedicto XV, se festejaba ya el domingo siguiente de la Natividad en la época del Imperio Bizantino.
Igualmente, las propias fallas, o los falleros, que estamos metidos en todos los tejemanejes festivos de la ciudad, hemos asumido el cambio de fechas de otras tradiciones de sobra conocidas con el único fin de una mayor participación popular, ejemplo como la festividad mariana lo tenemos en apenas unos días.
Y segundo, esta vez algo más terrenal, o pragmático por decirlo de alguna manera. Si los señores empresarios de los sectores vinculados, públicos y privados, dejan de marear la perdiz, y como primeros interesados que los son, se dejan de palabrería y ponen encima de la mesa una oferta en firme, compensando a cada una de las comisiones falleras por su esfuerzo anual en beneficio de sus negocios, los de ellos, los de sus empresas, quizás los sentimientos tradicionalistas, y el fervor religioso hacía un San José desconocido y en ocasiones olvidado, queden atenuados como en bula papal.