julio2011Reconozco que la concepción o definición de la palabra “Falla” en ocasiones me desborda. No negaré que un buen número de fallas, sencillamente me aburren, por muy fallas que sean. Desestimando las que ni por su ejecución me merecen la pena, todavía nos encontramos un buen número que a pesar de su correcta ejecución, tampoco me dicen absolutamente nada, o lo que dicen, ya lo escuchó mi bisabuelo hace un siglo. Y aunque el vilipendiado corcho permita no caer en la repetición, como sabían los profesionales de antaño con el cartón, muchas siguen incitando a la somnolencia.
No creo que por ello las fallas estén estancadas, son el simple reflejo de una sociedad conservadora, que deja en segundo término al eje central de la fiesta para recurrir a la falla alimenticia. Esa donde el constructor más que artista, realiza por cubrir el presupuesto, y que el fallero de cuota compra a razón de tantos ninots por equis metros y bonito dibujo... algo hay que quemar.
A estos, presidentes o falleros, les importa un comino, por no ser soez o escatológico, que la cultura y la tradición de nuestra fiesta se diluyan por las cloacas de su calles junto al vapor etílico de la fiesta nocturna, abonando el campo de la mediocridad fallera.
Sobre este sembrado de maleza, renacen los profetas o “culturetas” que en manido discurso de vieja procedencia aprovechan la broza para izar enseña, y como en donde soñaron exponer su obra no dieron la talla, o les cerraron las puertas, ahora deben “rescatarnos” de la “involución” fallera.
Ni blanco ni negro, ni rojo ni azul. Las Fallas son y serán lo que los falleros quieran que sean, al fin y al cabo son los que en definitiva las pagan.
Ejemplo: si se suprimiera el concurso de “teóricas” fallas innovadoras ¿cuántas fallas darían cabida a estos proyectos? A día de hoy los presentados apenas son el 3% mañana tal vez bastaría una simple mano para contarlas, pero ojo, como sucede con las realizados por otros ARTISTAS, con todas las letras y mayúsculas.
Que quede claro que a mi entender, ojalá hubieran más falleros como mi amigo M. Ángel Pérez (Falla Corona) ya que primeramente él se lo cree. Pero como tantos presidentes que apuestan cada año por algo nuevo, innovador, con profesionales del más alto nivel esperando que en cada falla promueva su estilo, su valía, su capacidad para innovar y sorprender, para crear, y quien tenga que juzgar que juzgue. Ya está bien de promover guetos que sólo puedo entenderlos desde una frustración artística. Seré un retrógrado, pero no soporto a quienes menosprecian a los que no comulguen con que una falla tenga que ser explicada a pie de calle por su autor. Para mí esto es intransngencia. Sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con la opinión personal de José Latorre, y con la de Francisco Lledó, y con la de aquel que reconozca que el artista que vale, o ha valido, siempre perdura en el tiempo. Sus fallas han quedado en el recuerdo de esa sociedad, tan proclive a ser llamada inculta por quienes lo primero que niegan es una libertad artística para el resto, y que tanto pregonan para ellos.