emilio-poloBaste que se nos tuerza la bondad de nuestro orgullo fallero, único por su linaje, para que se nos hinchen las venas de las sienes y nos desbordemos sin mesura del cauce prudencial que orienta nuestras actuaciones.
Cierto que el fallero es el eje, el cigüeñal que impulsa todos los resortes de la fiesta, pero no la sufraga. Que su presencia, disposición, desembolsos, sacrificio, ingenio y plusvalía, no están del todo reconocidas, pero no pidamos compensaciones porque perderíamos la esencia de nuestra singladura altruista. Que el fallero es el alternador que genera la energía durante todo el año, para que los días clave se ingresen millones en la ciudad consecuencia de su inversión, pero no olvidemos que su aporte no sale de su entorno, su falla, su barrio, su música, su carpa, “casal”, su ambiente y sus consumiciones. Que las publicaciones de cada comisión están repletas de anuncios del comercio de la barriada incluso más allá, fruto de las relaciones, profesiones, contactos y promoción de los propios falleros, son ingresos nada despreciables en numerosos casos. Los falleros de honor que también colaboran, no suelen estar censados dentro de las comisiones, normalmente son empresarios o particulares que tienen a bien contribuir por su propia voluntad. De todo ello no rendimos cuentas a nadie.
Que todos los gastos del programa oficial los paga el Ayuntamiento con el dinero de todos los contribuyentes incluidos los falleros, que por cierto no pasamos del 10 % del censo de la ciudad, comprendidos los cuatro pueblos adosados que suman aproximadamente 175.000 habitantes y que si los deducimos baja el porcentaje. Las subvenciones por el costo declarado por las fallas, iluminación, cultura, cabalgatas, agrupaciones, los premios en metálico, la comitiva representativa que tanto valoramos los falleros en nuestros actos más significados, espectáculos pirotécnicos y actos, excepto los que están patrocinados como los disparos del 1 al 19 de marzo y alguna que otra competición colectiva.
Que nadie nos obliga a participar física, económica y potencialmente con la fiesta, podemos entrar y salir de ella cuando nos dé la gana y por tanto desde fuera tampoco nadie está obligado a substanciar nuestras iniciativas.
Es hasta encomiable que el fallero mitifique sus alternancias ofreciendo sus producciones al bien común, todo en público y gratuito para el viandante, generosidad y solidaridad son características que identifican al colectivo.   
Por injertar algún matiz habría que desembozar algunos casos de protagonismos a la vista, paradigmas en materia de indumentarias y numeritos rebuscados en los desfiles de seria manifestación sentimental. Por ejemplo insertar el nombre de la fallera mayor en la canastilla que se ofrece a la Virgen. Las alpargatas se llevan en los pies y las escenografías en los escenarios.   
Deberíamos pararnos a reflexionar y ser prudentes en nuestras reivindicaciones, justas pero no exigibles.
Y olvidémonos de supuestos que suenan a mensajes absurdos, porque los falleros nunca dejaremos de plantar y si es preciso saldremos a la calle a despachar estampitas de San Martín.