julio-fontanNos cuenta la historia que allá por 1926 se reunirían un grupo de prohombres en la bautizada como “Asamblea Pro-Fiestas de San José”, y desde ella se engendraría el embrión del posteriormente conocimos como Comité Central Fallero, y que transcurrida la fratricida guerra civil pasaría a denominarse Junta Central Fallera.
Desde sus orígenes hasta nuestros días el control sobre el estamento fallero es desgraciadamente evidente. De la dictadura de Miguel Primo de Rivera, a la “dictablanda” de Dámaso Berenguer Fusté. De la II República, a la dictadura del General Franco. Del primer gobierno democrático, hasta nuestros días. Desde la primera obligatoriedad de pedir un permiso o abonar una cuota para poder plantar falla hace más de 200 años, a la simple petición de arena actual. Siempre, lo que se dice literalmente siempre, las fallas organizativamente hablando, han sido dominadas por el poder político establecido.
Los falleros, sumisos y serviles, han aceptado complacientes o no, las normas del juego, y para bien o para mal, los políticos que accedían al consistorio valenciano hacían y deshacían a su antojo “por el bien de la fiesta”. Pero ahora resulta que no. Que con la democracia llegó la pluralidad, el debate, el consenso, y a los actuales políticos se les hincha la boca para decir que las decisiones que afectan al colectivo fallero dependen de ellos mismos, de sus acuerdos, de lo que los falleros deciden en su mensual cita en el consistorio.
Pues qué quieren que les diga, yo no sé si ésta es la democracia que soñaría Platón, pero a mi modesto entender, yo lo veo más como una “Demo-farsa” en donde los representantes falleros se reúnen cual colegiales en visita mensual programada, sentándose por un ratito a cobijo de uno de los grandes edificios de la ciudad. No sabría decir si es una alucinación particular, pero al verlos entrar a la casa de todos, me da que desde las alturas, las virtudes cardinales que flanquean la fachada, esbozan una sonrisa burlona a su paso.
Por un momento pienso que Vicente Beltrán y Carmelo Vicent esculpieron realmente a conciencia sus obras. Si lo piensan fríamente, ver como “la Fortaleza”, “la Templanza”, “la Prudencia” y “la Justicia” hacen pasillo a los presidentes de falla, tiene como mínimo su puntillo de sorna. Sentados en la ilustre bancada, participan a mi entender, de un absurdo vodevil donde como niños frente a su serie de dibujos preferida, creerán todo lo dicho sintiéndose “soberanos” en su gran taifa.
Lo siento mucho pero yo no puedo creérmelo. El día en que los falleros elijan a sus representantes, que decidan libremente cómo gestionar su fiesta. El día en que los miembros del Consejo Rector, sean del grupo político que sean, cumplan con lo que su cargo indica, o que simplemente dejen su silla en favor de los falleros como la ley permite y a ninguno interesa, ese día, en ese mismo instante, empezaré a creer que las fallas no están politizadas. Hasta entonces, permítanme soñar en que un día habrá suficiente valentía para poder decidir por nosotros mismos, o simplemente levantar la voz ante una farsa de soberanía expoliada. Mientras tanto, y ya que así nos ha ido, yo prefiero soñar, pues como dijo alguna vez alguien muy inteligente: “los sueños son las únicas mentiras que pueden dejar de serlo”.