emilio-poloMe pregunto por qué hay quienes hablando de nuestra fiesta se empeñan en equipararla con otras ferias, celebraciones patronales o costumbres de otras ciudades, incluso del extranjero cuando se trata de nuestra incomparable Batalla de Flores.
Las fiestas de Valencia no tienen parangón, otra cosa es que nos plagien actos como la Ofrenda, el traslado de la Virgen o el Certamen Internacional de Bandas de Música o nuestra indumentaria, allá ellos. Son iniciativas centenarias de nuestra cultura que se mantienen vivas y que con los años se han ido trasformando a mejor, sencillamente porque el aumento de población y la riqueza natural de nuestros territorios han hecho que el ingenio y la voluntad de las gentes hayan aportado efectivos, para que su evolución prevalezca sin perder la esencia de sus recursos tradicionales. Se puede afirmar que entre todas las casas de nuestra región, hay en activo suficientes trajes de valenciana como para vestir a centenares de miles de mujeres. Para que vayan haciendo comparaciones.
De todas aquellas falsas semejanzas siempre puede que haya algo que aprender, por ejemplo de las que trasladaron sus fechas a las del verano, para evitar el mal tiempo que la impronta les dejaba por tierras de crudeza.
Y no pasó nada, se cambiaron los meses o se fijaron en fin de semana y ya nadie se acuerda.
El arzobispo de Valencia, don Marcelino Olaechea y Loizaga, quiso trasladar las Fallas al primero de mayo, fiesta de San José Artesano, por alejarlas de la cuaresma. Tiempos difíciles para pleitear con la Iglesia. No hubo cambios.   
El afán por distinguirse para poder decir “fuimos los primeros, los únicos, los más...” nos lleva hasta el disparate, como una señora que en plena plaza de la Virgen, en el fragor del desfile de la ofrenda, se acercó hasta los micrófonos de la radio para que anunciáramos que eran la falla que más carritos con bebés sacaban de todas las comitivas. “Alguien debió estar contándolos desde las cuatro de la tarde los dos días del recorrido”. En aquel momento preferimos silenciar tan extraordinaria primicia.
La Cabalgata del Ninot se ha degradado de tal forma que no se puede mantener con la pobreza que se presenta estos últimos años, salvo concretas excepciones por no generalizar. Debería de arbitrarse algo así como borrón y cuenta nueva. De hecho, se detecta cada vez menos afluencia de público pese haberse acortado el recorrido.
Ahí sí que cabría hacérselo mirar y aprender -que no plagiar- de otros desfiles, manteniendo su esencia y circulando cada comisión con el contenido crítico de su falla y el ninot que exhibirá en la exposición, como guarismo del guión de la comparsa. Volver a la representación de sus orígenes cuya comitiva humorística engendró la actual Cabalgata (1934, primera Exposición del Ninot en los sótanos del Mercado Central) y una inyección importante de presupuesto para mejorar carrozas, vestuario y complementos.
No vale con aprovechar las aportaciones del presupuesto sin más riesgo, ni tampoco exprimir las ayudas para que quede algo para la falla.
Lo de la anarquía de las distancias entre grupos y comisiones atenta contra el sufrimiento del respetable y esto sí que tiene fácil solución.