manoloOkJosé Sazatornil “Saza”, en los últimos segundos de esa surrealista genialidad de José Luis Cuerda que se llama “Amanece que no es poco”, vestido de guardia civil y profundamente furioso ya que el sol amanece al contrario, suelta varios tiros hacia el astro rey voceando una consigna: “Yo no aguanto este sindiós”. Y así resumiría servidor sus sensaciones alrededor de la fiesta de las Fallas, la sociedad valenciana, España y sus circunstancias. Y ya está. Yo ya he acabado. Para qué escribir o reflexionar si cada avance es un retroceso.
En ello estaba cuando me enteré de una noticia que celebré con regocijo. “Fallas 37. El arte en guerra” se va seleccionada a los Goya, sumando un nuevo logro el fantástico trabajo documental de Óscar Martín, quien en poco menos de 20 minutos resume un episodio fundamental para conocer el verdadero significado y fin de las fallas.
El primer visionado de esa joya me ofreció tanto bien al alma que volví a creer en las fallas, en la poderosa arma de agitación social, lúdica y cultural que fueron durante mucho tiempo, y en particular no dejé de sorprenderme de cómo eran de críticas aquellas fallas que se quisieron plantar y nunca se vieron. Ahora, gracias a las técnicas de recreación digital podemos conocerlas escena por escena, narradas a través de la voz del actor José Sacristán, su contundencia, su mordacidad, su poco adocenamiento y su sátira. Sátira. Una de las herramientas más poderosas que la falla tiene a su alcance y que hoy está oxidada en el mejor de los casos y olvidada en la mayoría de ellos.
Las fallas que no se plantaron del año 1937 obedecían a lo que Josep Renau señalaba en “Sentido popular y revolucionario de la fiesta de las Fallas”. De aquella disertación publicada en Nueva Cultura se habla en el documental. Y cuando la releo soy consciente de lo lejos que estamos de la falla que propugnaba la lucidez de Renau. En sus palabras hablaba de la necesidad del pueblo valenciano “de la eficacia funcional de las fallas, porque su razón de ser reside en el fondo mismo del temperamento popular”.
Decía Renau que la obra “no es finalidad, sino medio”, y más eficaz “que cualquier otro medio de propaganda gráfica, porque habla a un pueblo con lengua de su propio temperamento, con palabras plásticas de regusto familiar, de tradición auténtica, cargadas de razón”, pidiendo que ese año “las llamas populares de Valencia” reivindicaran “su sentido de antaño” y que “el fuego simbólico aniquile lo que la crítica del pueblo condena con su fallo inapelable”.
En las fallas quemamos todo lo malo, criticando lo que ha pasado durante el año y purificándolo de alguna forma con la cremà para renacer de nuevo. Amigos, admitámoslo, esto es un cliché insoportable. Y lo es porque en muchos casos no lo hacemos. La crítica y la sátira se pierden, y lo hacen en muchos casos por la obra en sí, no tomada como medio de expresión. Por el conformismo, la desidia, el desencanto o el rechazo de la comisión hacia ese tipo de falla. Hacia la falla, vaya, pero no hacia el premio. Porque si criticamos mucho y con ruido igual no te “amollan” un palet. “E la nave va”.