Ahora que la legislatura da sus últimos coletazos y nos dirigimos hacia las urnas del mes de mayo, es momento de hacer un balance de los cuatro últimos años en el apartado festivo fallero. Y para el que suscribe todo puede resumirse en un adjetivo: amargo.
El camino recorrido desde la primavera-verano de 2015 ha sido irregular, lleno de baches y de ‘charcos’, esa palabra que ha servido durante todo este tiempo para definir los continuos errores, equivocaciones y cabezonerías del actual concejal de Cultura Festiva del Ayuntamiento de Valencia, Pere Fuset. Su errática gestión de las Fallas ha protagonizado la agenda del colectivo fallero de forma involuntaria pero necesaria. Involuntaria, porque el fallero no quiere política en su día a día festivo, y necesaria porque la política ha intentado tutelar, dirigir, alterar, mutar y modificar a placer la fiesta a su antojo.
‘Dirigismo’, un curioso concepto. Dice la RAE que es la tendencia del Gobierno o de cualquier autoridad a intervenir de manera abusiva en determinada actividad. Pues se ajustaría como anillo al dedo para referirnos a la gestión festiva del actual equipo de gobierno. Los ‘paternalismos’ tampoco han faltado, diciéndole al fallero lo que era mejor en cada momento ya que, pobres de nosotros, se ve que no estamos al día de lo que ‘ha de ser’ la fiesta. ¡Seremos zotes!
En el sindiós en el que andamos luego tenemos la tristeza. La triste realidad que nos ha dejado sinsabores tanto en las asambleas como en los plenos. Algún fallero de los viejos del lugar decía, no faltó de razón, que al final se saldrían (ellos, los que mandan) con la suya: desmantelar los órganos de gobierno de la fiesta. Pues poco les ha faltado, desde luego.
Hablaba este plumilla en otras columnas de la voladura controlada de la fiesta. Y en eso se anda todavía. Miren ustedes (a los falleros les hablo) a su alrededor. Descontento, oprobio, indignación y mucha política metida con calzador en cada decisión tomada. No nos quedemos con el ‘maquillaje’, que lo ha habido y mucho, intentando disimular y poner calzos a una lamentable gestión de los tiempos y de los espacios. Miremos las ojeras de la fiesta, demudada y cariacontecida por una torpe gestión. Miremos las calles, miremos las luces, si las hay, y miremos a la cara de los falleros para ver si sonríen o no.
La fiesta ha sufrido mucho en estos cuatro años. Hemos visto como se ha puesto en la picota a falleras y falleros, como se les ha defenestrado, como han ido pasando vicepresidentes por el máximo ente gestor de la fiesta como quien estrena chaqueta cada temporada que se inicia. Hemos visto cosas que nuestros ojos no creerían.
Se ha conseguido un título, el de Patrimonio, que se ha utilizado como paraguas para que el lobby que ahora manda de la fiesta haga y deshaga a su antojo. Se ha enarbolado la bandera del ‘volem falla’ cuando se ha primado por encima de todo, en la falla municipal, una realidad técnica y empresarial que no es la que se ajusta a la realidad de los artistas falleros. Y se ha recortado en los presupuestos de la Junta Central Fallera en muchos aspectos para primar otros que no eran, ni de lejos, necesarios para la fiesta.
Las Fallas no son el escaparate de nadie. No son un ámbito en el que hacer postureo para convertirse en una estrella de las redes sociales. No son un decorado en el que quedar bonito y ser una rock and roll star, tal cual cantaba Loquillo. Las fallas no son de nadie, más que nada porque todos, al igual que la propia falla, somos efímeros. Pasaremos y las Fallas continuarán inundando las calles (pese a las bicis, los carriles y las mamandurrias) en marzo.
Las Fallas serán lo que quieran los falleros. Yo lo sigo creyendo. ¿Y usted, qué me dice?