alt¿Cuántas veces lo habré dicho últimamente? No lo sé, pero llevo varias semanas con un complejo absurdo de Dra. Ochoa -¿se acuerdan de ella?- o de Lorena Verdún, según edades, de no te menees. Es que sigo pensando que el tamaño no importa, y no es excusa de mal pagador. Más vale pequeñito y bueno que grande y regulero. Sin tapujos.
Hablando de fallas, que es de lo que hablamos aquí, me remito a lo dicho y a mi creencia en que el exceso es malo en todo -o en casi todo- y que más vale falla modesta en dimensiones que un mostrenco sin pies ni cabeza, que es lo que te suelen vender en sus apuntes los profesionales del concurso de bocetos. Y aquí quería yo llegar. Al concurso. Al peor y más patético de los concursos que este mundo de las Fallas conoció jamás y que en los últimos meses ha regresado desde los confines del ostracismo casalero para amargarnos y ennegrecer un poco más el panorama del artista fallero. Que está parduzco tirando a negro tostado por culpa de la crisis económica.
Lo que están ustedes leyendo es una columna de opinión y por ello impera, disecciona, ordena y saca la mano a pasear sólo un punto de vista: el mío. Que para eso es mío. Y a mí no me gusta el concurso de bocetos que se ha vuelto a imponer en muchas comisiones una vez quemadas las fallas de 2010. Bastantes artistas me han comentado que se han tenido que plegar a las exigencias de este certamen que denuncio y quiero sacar los colores aquí y ahora; para mí que se quejara sólo uno ya sería suficiente para orquestar un ataque, pero al ser varios la cosa pasa de castaño a marrón. El “marrón” que se come más de uno al tener que “comerse” ese boceto que nunca plantará porque nadie quiere lo que otro no ha querido.
Adalides de las buenas causas los hay a patadas cuando todo va bien. Pero ¿y cuando todo va mal qué pasa? Desaparecen y se instala en las directivas la mayor arma de destrucción masiva. La duda. La que hace preguntarse a las comisiones si por X, léase total del presupuesto destinado a falla, el artista pondrá lo que debe o no. Y esto ya es un punto de partida erróneo. Porque digo yo que el artista será un profesional y hará lo que tenga que hacer con respecto al presupuesto que se le paga. Y también se nos olvida ese pequeño detalle. La palabra “artista”.
Contratamos artistas, no a operarios. Y por lo tanto contratamos con ellos, no con trozos de sufrido papel. Porque sobre el papel se pueden plasmar proyectos maravillosos que, en unos meses, se concretarán en la calle. Y entonces veremos si son como se prometía o no.
No me gustan los concursos de bocetos porque son perjudiciales para la salud. Para la de la falla. Hay que potenciar al artista y que su producción hable por él, no los bocetos. Porque entonces entra en juego, irremediablemente en muchos casos, otro enemigo del sector. Un enemigo que también bastantes profesionales me han advertido que han visto pasearse este año por diferentes casales. La competencia desleal. Ofrecer duros a cuatro pesetas. Y luego vienen los lloros y el “yo no quería”.
A lo dicho, y para redondear, dos consideraciones como apostilla. Una, la del fervor lógico del maestro mayor del gremio de Valencia en el discurso del día 1 de mayo al defender a sus agremiados. “De los nuestros sí respondemos”. Faltaría más. Si no se responde de los propios agremiados, qué sería lo siguiente.
La segunda es un auténtico placer. Porque da gusto observar como la mayor autoridad de la fiesta en nuestra ciudad dice en el hemiciclo, ante los artistas falleros, lo que es la realidad, le pese a quien le pese. El concejal de Fiestas y Cultura Popular, Félix Crespo, dijo que lo más importante de nuestra fiesta es la falla, y quien no lo potencie estará haciendo fiesta, pero no será la de las Fallas. Bravo, concejal. Ahora toca decírselo a las comisiones para que lo entiendan y, para empezar desde cero, se olviden de esa lacra que es el concurso de bocetos.