Me decía Juan Huerta, en la entrevista que publicamos en el Extra Fallas, que Alfredo es, sin lugar a dudas, su mejor discípulo. El más aventajado. Como si Rubens lo dijera de Van Dyck... a nivel casero, vaya. Que uno de los mejores escultores que ha dado Valencia diga de Alfredo que es su mejor alumno no es moco de pavo. Pero es que Alfredo es mucho más.
Adelanto ya desde aquí que no estoy, ni por asomo, intentando hacer una loa y un canto gozoso del retorno a las plazas -demarcaciones- del arte de Alfredo. Nada más lejos de mi intención. Para eso ya están todos aquellos que, lícitamente, ejemplifican "lo que debería ser" la evolución dentro de las fallas en la obra de nuestro protagonista. Y no les llevo la contraria. Lo que pasa es que, normalmente -no generalizo, que quede claro- este tipo de opiniones, o mejor dicho, gustos, van unidos a un desprecio por lo barroco y recargado de las composiciones más convencionales. Una generalización nada agradable y que no hace mucho bien que digamos a la profesión de artista fallero. Las fallas son lo que son, y los artistas tienen sus formas. Que sí, que últimamente no es que veamos cosas muy originales que digamos, pero de ahí a machacar el trabajo bien hecho y profesionalmente intachable hay miles de kilómetros de distancia. Y además, que detrás de ciertas "innovaciones" hay algo de cuento, pero de eso hablaremos otro día.
A lo que iba. Que vuelve Alfredo y a mi me ilusiona. Sí, mucho. Y me ilusiona porque él puede hacer lo que quiera, o casi, recordemos que no todo vale. Pero lo que tengo claro es que él hace lo que hace porque lo sabe hacer todo. Y eso es lo que le convierte en un grande. No es un artista referente por sus tremendas muestras de inteligencia en Quart-Palomar, no. Aquellas fallas -porque lo eran- simplemente resultaban ser la evolución en el pensamiento de alguien que ha sabido jugar con todos los palos de la baraja fallera, amén de tener unas manos prodigiosas para la escultura.
Para el recuerdo quedan los hippies y la cabaretera del Pilar, primer premio de la sección Especial. Y las "meninas", las elegías, el cupido, las fallas de Espartero... y muchas más, así como las piezas modeladas para otros. Es uno de los maestros, sí, lo es y por derecho. Supo aportar novedades al arte fallero, al arte que se quema. Y supo dejar rastro tras la quema de sus figuras, el imbuido en la vista de todos los que disfrutaron reflexionando al ver sus obras.
Alfredo, no sé si consciente o inconscientemente, dejó huella y legado. Y ahora lo retomará o no. Continuará por su senda, la abierta por él, o abrirá una nueva, no lo sé.
Pero lo que sí que es cierto, una verdad como un templo, es que él puede hacer lo que quiera y no otros por un simple motivo: porque a lo largo de su carrera ha demostrado un dominio de todas las disciplinas artísticas, académicamente su obra es más que correcta, y falleramente hablando, Alfredo Ruiz es necesario para la historia.
Y no es una loa, insisto. Pero al César, lo del César.

"Y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor".
"Volver" de Carlos Gardel.

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