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El fuego lo legitima todo? Quizás la polémica no es nueva. Posiblemente sea tan antigua como las propias fallas. Pero la realidad es que cíclicamente nos hacemos una pregunta: ¿qué entendemos por falla?
El maestro mayor del Gremio de Artistas Falleros hacía unas declaraciones en el número del mes de mayo a la revista Actualidad Fallera que levantaban cierto revuelo en el mundo de la fiesta. “¿Qué entendemos por falla innovadora? Si le llamamos falla, eso quiere decir que nos referimos a fallas, ¿no? Cuando veo las obras que se plantan en Corona, Lepanto o Castielfabib, con todo el respeto del mundo, hablo personalmente, yo no estoy viendo allí una falla”.
Estas declaraciones suscitaron una polémica que nos hacen continuar con un reportaje donde el propio colectivo manifieste su parecer, y para comenzar lo haremos con un concepto básico, académico, la definición oficial según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española de la palabra Falla y que dice así: “Conjunto de figuras de carácter burlesco que, dispuestas sobre un tablado, se queman públicamente en Valencia por las fiestas de San José”. Una definición fría, excesivamente escueta para su complejidad, pero con la que destacaremos tres conceptos, ninots, burlesco y cremà.
Con estos tres elementos la falla ha desarrollado su particular lenguaje crítico en tono satírico, y que en ocasiones se diluye por las formas, independientemente de su concepción artística.
Esta concepción, y/o su estética, generan partidarios y detractores de aplicar uno u otro lenguaje para un mismo fin que quizás no todos ven como falla. Mantener los teóricos cánones, innovación, o evolución son términos que se entrecruzan en un camino de pareceres que recorren la historia fallera, tildada en ocasiones de inmovilista.
Desde la introducción de la cera, al paso al barro, o del cartón al pántex, han condicionado las formas de alcanzar estéticas. Desde las geométricas de los hermanos Fontelles en los 50, a la inclusión de dibujo del cómic por Ramón Espinosa a finales de los ochenta, pasando por las fallas de Ricardo Rubert a las estilizadas líneas de Monterrubio en los noventa, la fiesta se debate en una constante duda evolutiva para un sector de la fiesta.

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Estas inquietudes, y ciertas complacencias políticas, todo hay que decirlo, llevarían hace década y media a la constitución de un concurso que aunque minoritario en su participación global, no deja indiferente a nadie, es el Concurso de Fallas Innovadoras y Experimentales. Un concurso que en su pasada edición, la decimocuarta, repartió la cantidad de 3.650 € entre tres fallas, una cantidad ligeramente superior a los 3.550 € distribuidos en los 20 premios con dotación económica entregados entre cinco categorías del concurso general, de la 6ªB a la 7ªC. O ligeramente inferior a los 4.005 € repartidos entre los 44 premios con dotación económica distribuidos en once secciones de la categoría infantil, entre la sexta y la decimo sexta.
Con estas premisas o razones, hemos querido trasladar dos “sencillas” preguntas a diversos artistas y falleros: ¿Entiendes que las fallas presentadas al concurso de fallas innovadoras cumplen con los principios de lo que se entiende como falla? ¿Crees necesario un concurso de fallas innovadoras y experimentales?


Lledó suscribe las palabras de Latorre
Comenzando por el propio concejal de Fiestas y Cultura Popular, y a la sazón presidente de Junta Central Fallera, convocante en sus dos facetas del concurso de Fallas Innovadoras y Experimentales por medio del Ayuntamiento de Valencia, y del Concurso de Fallas desde JCF, la reflexión especificada por el propio Francisco Lledó como personal, es clara y contundente a pesar de entender que sus respuestas puedan generar como las del maestro mayor cierto debate: “Suscribo las palabras de Latorre, en cuanto que las manifestaciones artísticas puedan ser de una gran calidad artística, pero no son una falla”.
Respecto a la segunda pregunta, si cree necesario un concurso de fallas innovadoras y experimentales, el concejal es igualmente diáfano en su respuesta: “ya compiten en la sección con las demás, por lo que es innecesario otro al margen de la sección. La respuesta obviamente a las dos preguntas es no”.

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Caso contrario serían las respuestas de Miguel Ángel Pérez Olmos, presidente de la falla Mossén Sorell-Corona, ganadora del concurso en ocho de las catorce ediciones convocadas hasta la fecha: “Creo que cumplen sobradamente lo que se entiende como falla. Y pongo un ejemplo. Si a los falleros de principio del siglo XX les hubieran enseñado una foto de una falla de la actual sección Especial, con sus volúmenes, composición, técnicas de construcción y materiales utilizados, posiblemente pensarían que no cumplirían con lo que ellos entendían que tenía que ser una falla. Y si la mayoría de los falleros de hoy, pudieran ver una foto de una falla plantada en el año 3000, posiblemente pensarían que eso ya no son fallas. La única diferencia entre las fallas del año 2000 a las del año 3000 será la evolución de nosotros mismos”.
Respecto al concurso, el presidente de Corona afirma: “Sería mejor que no fuera necesario, es decir, cualquier creatividad artística debería suponer un buen grado de riesgo, de ruptura y de experimentación. Y puesto que en el mundo fallero, esto es una excepción, entiendo que es bueno que exista este tipo de concurso y de reconocimiento”.
Igualmente, artistas con diferente concepción artística, y amplio bagaje profesional, nos evidenciaron sus diferentes pareceres.
José Manuel Alares: “Creo que en ningún sitio está escrito cómo debe ser una falla. Manteniendo un mínimo canon se pueden hacer mil cosas diferentes. La estética fallera no está anclada, parece que vaya hacia atrás, parece cuestión de bulto (y cuanto más hortera, mejor...) La cosa política está condicionando cualquier gesto que represente salirse de los corsés dominantes. Un hartazgo. Adelante con las innovaciones. O sea, ¡claro que sí!”.

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Miguel Santaeulalia Núñez: “Entiendo que un reducido sector quiera introducir cambios, pero difícilmente van a conseguirlo con una estética tan arraigada en nuestra sociedad, si es eso lo que persiguen. Creo en la libertad de expresión artística, pero no veo en muchas ocasiones la innovación. De todas formas, ¿quién entiende lo que es una falla?”.
Respecto al concurso de fallas innovadoras el patriarca de la saga Santaeulalia lo resume de la siguiente forma: “un concurso más y otros premios, que en definitiva es de lo que se alimenta la fiesta y es una alegría para la comisión que se lo lleva. No me parece mal”.
Por su parte Víctor Valero, uno de los artistas actuales más galardonados con los premios de ingenio y gracia, y uno de los primeros involucrados en los embrionarios proyectos que desembocaron en el citado concurso, se muestra más proclive a la experimentación y el concurso: “Uff!! Seguro que si preguntáramos a la gente habría tantos modelos de fallas como opiniones, lo que pasa es que, ya desde hace tiempo, se ha generalizado la opinión de que la falla debe de tener ingenio y gracia y, casi siempre, se concluye con que una falla debe de hacer reír, debe de tener humor, ¿Por qué? ¿Por qué no una falla-drama? Es como si pretendiéramos obligar a los directores de cine a hacer sólo comedias, la falla es un género y, volviendo al cine, no debería haber sólo una manera contar, si no tantas como autores. Es cierto que, hasta ahora, se ha empleado el humor como, casi, única fórmula de expresión y, a mi entender, todo tendría que ir más allá. Las fallas innovadoras tienen en común con las demás que ocupan la calle y se pueden quemar, el resto de características las hace diferentes, entre otras cosas, porque el discurso narrativo es diferente y eso es lo que más choca al público. En general, a la hora de proyectar y plantar estas fallas no se emplean los cánones clásicos y hay que admitir que los cambios de estética y contenido en las fallas han evolucionado más bien poco en los últimos 70 años”.

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Respecto al concurso, el conocido como Marc Martell nos deja igualmente un curioso comparativo: “¿Es necesario el día de la mujer trabajadora o el día del orgullo gay? Pues sí, hasta que no estén al mismo nivel de derechos que el resto deben seguir existiendo esta reivindicación. Con las fallas pasa lo mismo. Hasta que estas fallas experimentales-innovadoras no se vean con normalidad y puedan competir al mismo nivel que el resto, sería aconsejable que siguiera existiendo el concurso. Cualquier expresión artística ha necesitado para seguir existiendo, de una vanguardia que ha ido (a veces de forma incomprendida) por delante del resto, y las fallas, al ser arte popular, necesitan en estos momentos de muchas más formas distintas de ver y entender para seguir avanzando y así ser contemporáneos”.
Igualmente galardonado en infinidad de ocasiones con los premios de ingenio y gracia, Juanjo García se muestra más pragmático en sus respuestas: “Dentro de las mil formas de plasmar una idea en una falla, hay una imprescindible para que la falla, a mi forma de ver, sea fiel a su concepto, la crítica, a poder ser en tono humorístico, que denuncie lo denunciable, que denuncie lo que no te dejan denunciar disfrazado de lo que sea para disimular a la censura inexistente que está entre nosotros, dejándonos denunciar lo que queremos denunciar. Todo ello, vestido de mil formas, de mil estilos, de mil texturas y conceptos artísticos y literarios, pero criticando, denunciando y como he dicho antes intentando sacar la sonrisa del espectador ante la crítica más dramática y fuerte. Nunca hay que olvidar que estas obras de arte mal llamadas efímeras, son para una fiesta”.
El concurso tampoco resulta comprensible para el artista y actual copresidente de la falla Sueca-Literato Azorín: “Yo las metería todas en un mismo saco, pues creo que lo que es moderno para muchos, está pasado para otros y porque el planteamiento de una estética determinada, no hace vieja una obra ni moderna otra”.
Para Vicente Almela Caballé el término falla es mucho más amplio: “Creo que cualquier tipo de expresión artística, puesta en un lugar público, calle o plaza, hecha de material combustible y cuyo final es el fuego que la consumirá el 19 de marzo de cualquier año, puede ser considerado falla”.
Pero por otro lado, se muestra disconforme con el concurso en sí: “Innovadora es cada vez que algo nuevo en su forma o contenido sale por primera vez, el resto de las etiquetas... me sobran y no creo que sea necesario un concurso de fallas innovadoras y experimentales, lo que creo necesario es que las mentes se vayan abriendo a otras formas de expresión o comunicación artística llámense instalaciones, cuadros, escultura, música, comics, fallas, arquitectura, danza etc, etc y todos los etcéteras que se le quieran poner”.
Mientras que para Enrique Burriel la respuesta es mucho más concisa: “No cumplen con el principio de falla, creo que serán en todo caso obras de arte, algunas, otras no”, no considerando necesario el Concurso de Fallas Innovadoras y Experimentales.
Nos parece igualmente interesante la apreciación de David Moreno, pero su excesiva extensión para el espacio disponible, y la petición expresa de obviarla en caso de extractarla, nos impide reflejarla en estas líneas.
En una valoración particular de sus palabras, indicaré a mi entender, que para el joven artista estas fallas dan argumentos para rebatir la utilización del término “fallero” como algo mediocre, entendiendo que el concurso dinamiza las fallas como monumento, siendo innecesario si la sociedad fuera más madura para valorar estos trabajos.
Como verán, los criterios o valoraciones de cada uno de ellos son parejos y dispares, manteniéndonos en la misma duda con la que empezamos y en la que podíamos seguir ofreciendo opiniones y pareceres que quedaron en el tintero, pero el espacio se agota y para finalizar les dejaremos con tres reflexiones de, a mi entender, tres eminencias en la materia con un mismo hilo conductor, la falla.


Manuel Vicent: “Esto no es más que una fiesta. Que todo vuelva al principio”
Josep Renau en el artículo “Sentido popular y revolucionario de la fiesta de las Fallas” publicado en el órgano de la Alianza de Intelectuales por la Defensa de la Cultura, la revista Nueva Cultura, en marzo de 1937, explica como los carpinteros “transformaron su fiesta sindical en el instrumento que encauzaba el desahogo del pueblo en la tragicomedia de vestir los leños rituales”, definiendo la cremà y explicando como “el aquelarre maldito se consume en contorsiones, mientras el pueblo ríe satisfecho en danza simbólica de liberación”.
Años después, el político y periodista valenciano Vicent Ventura plasmaba con su visión crítica la divergencia cultural-fallera según la condición de su espectador en el artículo “Comentarios un poco críticos a una fiesta que pasa por crítica” publicado en la revista Destino, el 18 de marzo de 1972. Ventura habla de las disconformidades “falleras” diferenciando a los que entienden las fallas como muy “populares” y condescienden a tolerarlas indulgentemente, y quienes “por razones “culturales” no dejan de poner en su actitud una dosis abundante de cursilería”. Para estos últimos les dedica estas palabras: “Son los que delante de las fallas se preguntan esta imbecilidad: “Pero bueno ¿por qué no hacer monumentos en vez de fallas?”. Claro está que a estos sujetos les gustan precisamente los monumentos que parecen fallas”.
Quince años después, el escritor, periodista y articulista Manuel Vicent, nos dejaría para la historia una carta dirigida a Manolo Martín y Sento Llobell, dando una explicación de la falla que se plantaría en 1987 en la llamada entonces plaza del País Valencià. “Esto no es más que una fiesta. Que todo vuelva al principio. Que esta falla sea un juego, un divertimento de ciudadanos modernos, una chanza ingenua de forasteros y vecinos. Que los actores actúen para los muñecos, que los muñecos contemplen el ejercicio de los saltimbanquis y escuchen las melodías de los cantantes. Que el público juegue a no distinguir entre la realidad y la ficción diluyéndose en el interior de la falla. Que las llamas sólo sean un espejo de la vista”.
En los tres casos, y a pesar de su distancia en el tiempo, surgen entre sus palabras un denominador común, la necesaria comunicación entre la obra y su visitante, y la duda sobre esta interrelación entre falla y el espectador. Al final las fallas serán lo que quieran que sean los propios falleros, pero una pregunta queda en el aire. ¿El fuego lo legitima todo?

 

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