Alberto okCon la llegada de Carlos Galiana a la concejalía de Cultura Festiva y, por tanto, a la presidencia ejecutiva de la Junta Central Fallera, se reabre, una vez más, la eterna asignatura pendiente: la convocatoria de un Congreso Fallero. A nadie le puede extrañar.

Si forzamos un poco la memoria (ejercicio más que saludable), recordaremos a ese Galiana que, en la última legislatura de gobierno municipal del PP, asamblea tras asamblea de presidentes y presidentas de falla, no sabemos muy bien si como presidente de Sevilla-Dénia o como representante no oficial de Compromís, se esforzaba en reclamar la convocatoria de un Congreso Fallero. No solo él. Recuerdo intervenciones de, por ejemplo, Sofía Parra, José Manuel Cort, Joan Ramírez, Felipe de los Ángeles y tantos otros presidentes y presidentas de falla que también lo pedíamos alzando nuestra voz y dejando el mensaje de un Reglamento Fallero que ya hacía aguas por todas partes.

Y llegó el momento: una vergonzante asamblea en la que, por fin, el entonces presidente de JCF y concejal de Fiestas, Paco Lledó, sacó a votación la convocatoria del congreso. A esa cita el mundo fallero llegó con el final de su división: por un lado, la histórica Interagrupación y, por otro, la escisión de ésta que llegó a tener cierto rodaje. En aquella asamblea se consumó una suerte de ‘pacto no escrito’ en el que se llegaría a un acuerdo: votamos no. No porque no estemos de acuerdo con la convocatoria del congreso, sino porque creemos que, en el mes de febrero, a las puertas de la semana fallera, no es el momento… como si se hubiera tenido que iniciar al día siguiente… En resumen, una absurda ‘demostración de fuerza’ antes de volver a la unión de la Interagrupación. Y no hubo congreso.

Un Congreso Fallero se convoca con el fin de modificar, en todo o en parte, el Reglamento Fallero, que es algo así como la ‘constitución’ de nuestra fiesta. La norma en virtud de la cual nos debemos regir en nuestro día a día. Es algo serio que tiene muchas consecuencias. No es un tuit ni un post de Facebook ni una foto de Instagram. Es necesario saber qué queremos cambiar y para qué.

Las elecciones municipales de 2015 cambiaron el escenario político municipal: se puso fin a los 24 años de mando de Rita Barberá dando paso a un nuevo equipo de gobierno formado por Compromís, PSOE y Valéncia en Comú, liderado por el alcalde Joan Ribó. Finalmente sería Pere Fuset quien se alojaría durante los siguientes cuatro años en la presidencia de la Junta Central Fallera. La legislatura que se iniciaba, sin duda, fue la legislatura perdida. Pere Fuset ha sido un mal concejal de Fiestas y un peor presidente de Junta Central Fallera. Sin ninguna experiencia en el día a día y en la problemática de las Fallas y muy mal asesorado por parte de su equipo en el Ayuntamiento, se empeñó siempre, sempiterna y obsesivamente, en enfrentarse con el mundo fallero, especialmente con sus legítimos representantes. A las habituales tensiones entre falleros y Ayuntamiento, además, supo sacar constantemente palomas de su chistera con las que crear nuevas, pero no por ello absurdas, polémicas en las que se diluyó la legislatura de las oportunidades perdidas. A pesar del rayo de luz que se abrió en la secretaría general de Junta Central Fallera con la llegada de Ramón Estellés, el mundo fallero nunca acabó de fiarse de su presidente oficial y nunca quiso celebrar el congreso bajo su mandato.

Lo cierto es que un Congreso Fallero no es asunto menor. Un Congreso Fallero se convoca con el fin de modificar, en todo o en parte, el Reglamento Fallero, que es algo así como la ‘constitución’ de nuestra fiesta. La norma en virtud de la cual nos debemos regir en nuestro día a día. Es algo serio que tiene muchas consecuencias. No es un tuit ni un post de Facebook ni una foto de Instagram. Es necesario saber qué queremos cambiar y para qué. Es imprescindible acudir al congreso con la mente abierta y la premisa de incluir, que es lo mismo que reconocer al contrario. Nadie es ‘extra fallero’. Todos y todas sumamos. Es importante, por tanto, no bascular del negro al blanco, ni del azul al rojo. Lo óptimo es hacer un reglamento con el que todos y todas podamos tener nuestro espacio de acción y de libertad: desde quienes deseen mantener su banda y quienes no lo deseen, hasta la reforma de ese, cuando menos, arbitrario y aberrante ‘código penal fallero’, pasando por la consideración de nuestro idioma como valenciano. Sin más. Sin apellidos. Que cada padre y cada madre le ponga el suyo.

Sr. Galiana, presidente, es muy probable que ni en la peor de tus pesadillas hubieras podido imaginar un inicio de mandato tan amargo como el que estás viviendo. Ahora bien, de esta situación hemos aprendido algo: cuando el poder político y el mundo fallero van de la mano se pueden conseguir cosas que, dos días antes, parecían imposibles, inimaginables. Es evidente que tu voluntad es celebrar, esta vez sí, el ansiado Congreso Fallero. Esperamos que la premisa del congreso sea la misma con la que estás enfrentando la crisis del coronavirus: el diálogo y la inclusión.

Alberto García Iranzo es copresidente de la falla Salamanca-Conde de Altea

NOTA: Este artículo se escribió antes de la nueva declaración del Estado de Alarma (25-10-2020).

 

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