Puertas Tomas 01

La similitud entre las Fallas y el cine es sorprendente. En la realización de las Fallas el brillo de la fama recae sobre el artista fallero, sobre quien ‘firma’ la falla, la obra artística. Pero tanto en el cine como en las Fallas lo verdaderamente difícil es ganarse el reconocimiento público desde la segunda fila, desde el anonimato de los talleres. Solo unos pocos consiguen hacer visible su labor mientras la mayoría queda de puertas adentro. Abramos las puertas y conozcámoslos.

Tomás Leal López había nacido en el pueblo cordobés de Valsequillo, cerca del límite provincial con Extremadura, en 1948. Vino del sur de España recién casado, atendiendo a la llamada de su hermano que trabajaba en una fábrica de muebles de Alcácer. Las dificultades laborales y la falta de perspectivas de futuro en su tierra le traen a Picassent a finales de 1974, después de pasar por trabajos agrarios, mineros, de ebanista y hasta instalando puertas blindadas, momento en el que comienza a simultanear sus colaboraciones en los talleres falleros.

Se traslada a València, a Benicalap, donde vive. En 1977 comienza su relación laboral con las fallas, donde hace de todo: llena de cartón, armazona, junta, empapela, lija, prepara de pintura, hace trabajos de carpintería, etc.

Ya en el mundo del trabajo de fallas, llega un momento en que comienza a prepararse él mismo los ninots que debía lijar, porque no le gustaba lijar aquello que le preparaban en los talleres. No tenía, según él, las condiciones óptimas para realizar un buen trabajo.

Desde entonces y hasta su jubilación en 2006 estuvo trabajando para una nómina de artistas tan larga como los treinta años de dedicación a las fallas. Comenzó con Santiago Rubio y Ginés, siguiendo con Manolo Ferrer, Salvador Guaita, Novel, Armando Serra, Juanjo García, Miguel Santaeulalia, Pedro Santaeulalia, Miguel Santaeulalia Jr., José Jiménez Baños, Agustín Villanueva, Emilio Miralles, Vicente Luna, Vicente Almela, Miguel Delegido, José Luis Platero, Ricky Alcaide, etc…  Lo mismo monta y prepara stands de feria, instalaciones o expositores, que prepara y lija remates, centros y bases de fallas. Y sobre todo prepara ninots, miles de ninots. Algunos años llegó a preparar más de trescientos ninots.  Su jornada laboral llegaba a las 14 horas y, no siendo un milenial, conoce a la perfección el 24/7.

Tantas horas y tanta dedicación no le convierten en un enfermo de fallas, ni mucho menos. Sólo las rondas con los equipos de plantà los años que colabora con Vicente Almela, tanto en València como en Alicante, le llevan a ver fallas y hogueras una vez plantadas.

La cremà supone un paréntesis lesivo en la economía de Tomás, lo que le obliga a bajar a Alicante y trabajar para los constructores de hogueras en unos años en los que los ‘valencianos’ no eran bien vistos y por ello debía de callar que trabajaba para alguno de ellos y mucho menos decir lo que cobraba. Muchos años con Pedro Espadero y con los Hermanos Fonseca le ayudan a llenar el vacío de faena de los meses de abril a junio.

La implicación de Tomás en el trabajo le llevó a vivir experiencias altamente comprometidas, como las siete horas que pasó colgado de una grúa en una ‘cadireta’ de cuerdas que le cortaron la circulación de las piernas y por lo que tuvieron que bajarle “en brazos” los bomberos, ya que la grúa, averiada y manejada por un joven conductor a punto de ser padre, debía mantenerse tirante porque la falla corría el riesgo de caer cada vez que aflojaba.

Durante décadas los ‘malalts de falles’ que recorríamos los talleres falleros nos encontramos con la enjuta figura de Tomás, siempre con su gorro blanco de pintor y su punta de puro en la boca, su trato amable y cordial y su incorregible apego al trabajo. Aquella figura blanca, aquel hombre blanco obtuvo el carné de artista fallero en 1980 pero nunca se decidió a dar el salto porqué lo único que no aprendió, aunque hubo quien intentó enseñarle, fue a pintar.

El reconocimiento profesional de Tomás le llevó a muchos talleres y a obtener en 2002 el ‘Premi Sacabutx al millor professional d’un taller artesanal’ otorgado por la revista Pensat i Fet.

Aquellos artistas que contaron con el oficio, compromiso y buen hacer de Tomás solo tienen grandes recuerdos y buenas palabras hacia él. Por algo será.