Que sí, oiga, que parece a estas alturas que el fallero llegó al mundo con las plagas de Egipto. De hecho, entre las ranas y las langostas, y no de marisquería, ya me entienden. Todo lo malo lo trae el fallero, que por definición del conciudadano es ese ser borrachuzo y pendenciero que le importa un bledo el qué dirán, que se dedica a fabricar basura y extenderla por la ciudad, que se aprovecha de lo que puede y le saca el jugo a una urbe desvalida, pobrecita, que tiene que sufrir durante semana y pico los envites de miles de valencianos amantes de la tradición. ¡Qué desfachatez! El fallero, puaj, un despojo de la sociedad, embrutecido por la cultura del populacho y pasto de casal fallero, ya saben, ese antro donde fumar no es un placer y hablar resulta un escándalo público...
Ya está bien, ¿no? Ya está bien de tanto varapalo. Durante años el colectivo ha tenido que soportar la ofensa de aquellos que no toleran una fiesta que sí, da problemas, pero también da dinero, mucho dinero, muchísimo. Y da alegrías a la ciudad, la cual se convierte en, pese a quien le pese, la mayor instalación de arte público del mundo durante cuatro días. Y luego quemamos las obras expuestas, sí, las quemamos, porque para eso nacieron.
Al hablar de la fiesta de las Fallas no se tiene en cuenta todos los esfuerzos que desde el mundo intelectual se están llevando a cabo en pro de la fiesta; los estudios y las tesis universitarias que giran alrededor del hecho fallero; las colaboraciones que iconos culturales como Miquel Navarro, Luís García Berlanga, Santiago Grisolía, Chema Cobo o Sigfrido Martín Begué han llevado y llevan a cabo junto a comisiones falleras; el certamen de teatro que organiza Junta Central Fallera, uno de los más grandes a nivel amateur de España; y la calidad de los artistas falleros, requeridos desde distintas partes del globo para realizar trabajos alternativos.
También la importancia social de la fiesta es ignorada; importancia que por otra parte se ve reflejada en el momento dulce que viven las Fallas con respecto a los medios de comunicación. Las radios tienen sus espacios monográficos, las televisiones centran los objetivos alrededor de las noticias de la fiesta, y la prensa escrita refleja la actualidad de las fallas de forma constante.
Las fallas son noticia, pero aún y todo nunca se tienen en cuenta; son minucias, rarezas que no se digieren. Pues oiga, no, no lo son. Son el movimiento social más grande de la ciudad y una de las fiestas populares que más dinero mueve del mundo entero.
Hacen ruido, sí, pero lo que se solventaría como una simple cuestión de urbanidad y consenso entre las partes se resuelve simplemente, y en la mayoría de los casos, con la llamada a la Policía Local y el grito en el cielo. ¿Por qué? Porque son falleros.
La última situación acaecida ha puesto en peligro la instalación de uno de los mayores reclamos turísticos de la ciudad durante su fiesta grande. La iluminación de Sueca es un baluarte sobre el que se suceden las visitas y fotos de propios y extraños; un acontecimiento que, al César lo que es del César, resulta imprescindible. ¿Que causa molestias? Sí, pero durante una semana y dentro de los permisos concedidos por el Ayuntamiento. ¿Que no se puede aparcar? Pruebe a aparcar en cualquier calle del barrio un lunes de mercado o un día cualquiera entre semana. ¿Que los falleros no entienden los problemas que causan a los vecinos? Sí que lo entienden, porque digo yo que los falleros vivirán en algún sitio, quizá no en esa calle, pero si en cualquier otra donde también haya "sarao" fallero.
En fin, que con la decisión comunicada por Félix Crespo, concejal de Fiestas y Cultura Popular, aplaudida, además de por la comisión, por todo el colectivo al unísono, se abre una puerta hacia la esperanza, hacia la respuesta idónea cuando el fallero es apaleado.
No quiero finalizar esta columna sin reseñar que muchas de las cosas que le pasan el fallero suceden por el mal uso de la fiesta que se hace o ha hecho en algún momento. El colectivo no tiene carta blanca para lo que quiera y cuando quiera. Tengámoslo en cuenta, dialoguemos y respetemos todas las posiciones en conflicto. El civismo y la compresión deben ser fundamentales para establecer los parámetros de una convivencia justa para todos. Señores, no pongamos vallas sin sentido y arreglemos los problemas antes de que aparezcan.

Dixit.