emilio-poloMe propongo retroceder unos cincuenta años -podrían ser algunos más- para recomponer la cantidad de corporaciones, políticos, cargos, directores y dignatarios, incluso deportistas profesionales que he llegado a conocer y a los que he visto pasar en algunos casos con más pena que gloria y a los que he subsistido pese a sus arrogantes actitudes. A los que cuando llegan se suben a la poltrona y se acomodan como si aquello lo fuera para la eternidad, hay que recordarles que están de paso y que -sobre todo a los políticos, directores y presidentes- sus atributos tienen fecha de caducidad.
Es curioso el respeto con que se acostumbran de inmediato a ser tratados, gesto con el que algunos se retractan en corresponder y que desde cualquier cargo -según quien-, se olvidan de que fueron nombrados para servir a sus consistorios, partidos, entidades... pero sobre todo al prójimo, a los que por cierto ponen a la cola de sus prioridades.
Háblele usted a cualquier lego recién llegado, de sectores, agrupaciones, federaciones, la “vareta”, el “sacabuch”, “pasteta”, “l’escatat”, “les dogues”, poliuretano, el nicrom, movimientos, composiciones, contrastes y no digamos Regino, Modesto, Cortina, Cotanda, Roda, Vicent, Soriano... Algunos se prestan a participar de jurados en las máximas categorías sin tener la más remota idea, pero como tampoco hay cuestionario para que los ínclitos tengan una base con la que acceder, pues con el “esto me gusta, aquello no me mola” meten a cada cual en el escalafón de sus caprichos.
Pero aún son peores los que se proclaman “expertos en fallas”, los que salen de jurados a saludar amigos, hacer componendas y repartir según sus ascendencias, venganzas o parabienes. Cualquier desinformado con unos cursillos acelerados o simple amistad con los altos cargos se da un baño de “grandeza” apareciendo con sus carpetas al pie de los monumentos como diciendo “aquí está el que más sabe y va a decidir por tus ilusiones y sacrificios de todo un año”.  
A todos ellos los hemos visto disfrutando en sus décadas o momentos de protagonismo en grado sumo, pero -lo del refrán del puerco y San Martín-, cuando sus vanidades han dejado de ser correspondidas por los finiquitos propios de cada ciclo y aparecen las disipaciones de sus enjundias, todo cambia y se amansan las fieras.
¿No seremos culpables los que ante cualquier preboste nos presentamos sumisos, acariciando inconscientes cierto apego, pelotas, por aquello de que llegado el caso pudiéramos ser beneficiarios de sus favores? Directores y ejecutores que cuando ejercieron su cargo no repararon en premisas y manipularon a su antojo. Luego relegados de sus poderes muchos se han visto en la más oscura dimensión de sus precariedades y habrán tenido que escuchar crudas repulsas sobre sus actuaciones. Burlas, cortes de mangas y peinetas que zafios falleros exhibieron en los momentos álgidos de sus efímeros triunfos.
Comprenderán que por fortuna hay muchas excepciones, que no tratamos de generalizar, pero que seguro que nuestros amables lectores reconocerán algunos de aquellos en sus frescas memorias. Hay quien dice que todos nos encontramos dos veces en la vida. Al final quien juzga es el tiempo, el que acaba por poner a cada cual en su frío rincón.