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Arde Valencia

Manuel Andrés Zarapico

Ayer fuimos testigos de una nueva demostración de sinsentido fallero. Unos que sí hay que votar, y otros que no hay que votar, pero queremos Congreso Fallero, pero hablemos, pero no hay nada que hablar. Miedo escénico había, y para hacer la tortilla había que romper los huevos.

La que al final salió perjudicada fue de nuevo la fiesta, dando por sentado ya el que suscribe que hay una más que patente fractura en el tejido festivo, con dos partes diferenciadas y muchos arribistas que se pegan a rueda alrededor. ¿A qué fiesta nos enfrentamos a partir de ahora? Espero que, como se dijo, el debate y la votación del Congreso Fallero se vuelva a plantear a principios de ejercicio. Porque el congreso es necesario como el aire. El cómo, quién, cuándo y dónde serán las dudas, que también las tengo, que habría que despejar. Pero esa será otra historia.

Lo más irónico de todo es que, de lo ocurrido anoche en la Asamblea, de si es vergonzoso, absurdo, apropiado, enervante o lamentable hablaremos sólo unos pocos, ni siquiera todos los que estaban en el hemiciclo. Ha llegado el momento de que Cheli saque el whisky para el personal, de que los que no han aparecido durante todo el año te saquen los colores criticando el trabajo realizado durante el ejercicio, que los medios generalistas, totalmente vírgenes de conocimientos falleros, hagan sus desmanes habituales con la fiesta, ya empezaron con la Crida el otro día, que los oportunistas enarbolen la bandera de las fallas, que todo el mundo sea fallero "de tota la vida" y que los abrazafarolas, de todos los palos de la baraja política, se pongan el pañuelo de cuadros. Así de patético es el panorama general cuando llega la fiesta. Menos mal que nos da tanto bien a los falleros que eso nos afecta pero no nos condiciona. Si no fuera así, ya verían esos qué clase de fiesta podrían disfrutar al final de la corrida. La esperanza, amigos, es lo que ha de perderse al final de todo. Y eso aún está por escribirse.