julio2011Con un año por delante, Fuset diseñó su propia Feria. Lo primero sería cambiarle el nombre por mucho que lo niegue el concejal. Primeramente, porque tirando de historia en 1870 se hablaba de la “Fira de Sant Jaume”. Segundo, porque en 1871 el nombre sería en castellano como guiño a foráneos por buscar ingresos. Si no engañan los carteles, hasta hace apenas 30 años (1986) no se estableció el nombre “Gran Fira de Valéncia”. Y tercero, porque de “Feria de Valencia” se pasó a “Gran Feria y Fiestas Populares en Valencia” acortando por “Feria en Valencia” con la preposición “en” hasta 1896, continuando aleatoriamente.
Al margen de trolas, lodazales innecesarios, o intentos de colar la “è” abierta en contra de la filología, y la tradición del habla popular, a recuperar como dice la ley, las cuotas lingüísticas “aconsejadas” y gustos personales en la vertiente musical, que dejaron su impronta hasta en el piromusical, la Feria abría sus puertas con el chef Ricard Camarena y su pregón. Un reclamo mediático subido a un “carromato” ante cuatro amigos y sus móviles, para dar fuego a lo que decía ser una “traca correguda”, y según dicen se dejaron 15.000 en un gabinete…
Todavía se ríen de nosotros los amantes de la pólvora al ver entre árboles y palmeras unos 300 metros de traca ante la mirada de la coordinadora general del Área de Medio Ambiente y Cambio Climático del Ayuntamiento de Valencia. No realicen lo mismo en sus demarcaciones si no quieren tener problemas con la concejala delegada de Parques y Jardines.
Más allá del ridículo de la primera apuesta, recuperar tradiciones, uno de los fuertes de la Feria consistiría no en sumar, sino en sustituir castillos de fuegos artificiales por Xarxa Teatre en la plaza, un amago de “cordà”, una mascletà nocturna, una minimascletà y un “correfòc” sobrante por la lluvia de la Cabalgata del Fòc. ¿Tradición o reducir costes? A estos se sumaría el disparo de un piromusical. Un acierto recuperar una empresa referente como RICASA. Según nos cuentan con 40.000 € incluyendo la minuta de la SGAE, que puede irse al 20 %, tuvimos un disparo de primera magnitud. Un ejemplo, los Fuegos de Santiago (dos espectáculos) suponen casi 180.000 €. Por tanto, el disparo de Ricardo Caballer podría costar realmente unos 100.000 €, 60.000 de diferencia. Un regalo de agradecer a la firma valenciana, cuyos inconvenientes fueron evidentes. La espectacular ubicación y su arboleda son un problema para los fuegos de baja altura, y en caso de poco aire como sucedió, el Museo Príncipe Felipe es muro infranqueable para el humo. Un día con menos preselecciones, la Marina Real, libertad de elección musical por parte del pirotécnico, y un horario que “asegure” brisa y ambiente familiar invita a mayores garantías de éxito. Pero hay que planificar para todos, y consultar a los profesionales.
Hablando de profesionales y museos, caso parecido lo tenemos en el Museo Fallero; ése donde ahora luce el logo fallero del programa Jugones; el “colorines”, como podríamos llamarlo recordando al Titi. Sólo hay que hablar con profesionales para entender que más allá de un lavado de cara a lo Benito & Co., contenido y continente son inseparables en un estudio de color previo. 
Documentarse con profesionales cuando hablamos de dinero público. Un mínimo exigible más allá de palmeros incondicionales que sin pensar aplauden hoy lo que antes criticaban. De traca…
 

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