Sinfonía de fuego a cargo de la pirotecnia del Mediterráneo

Perdónales Señor a quienes hablan de ruido cuando comienza a sonar una mascletà. No sabría decir si esta súplica o plegaría la encontraremos en las sagradas escrituras, pero a buen seguro se habrá escuchado hoy desde el cielo de los maestros coeters para referirse a todos aquellos que confunde ruido con arte, quemar pólvora con música.
Melodía como la que pudimos escuchar hoy en la plaza. Una sinfonía de fuego, donde quedó clara su introducción, la pertinente exposición, el desarrollo, la re-exposición y una coda de rúbrica que todavía resuena en la catedral de la pólvora. Todo ello bajo la batuta de Antonio García Juan y su virtuosa orquesta sinfónica de pirotécnicos mecha en mano, practicando la elegancia de la clásica mascletà valenciana.

Con poco más de 150 kilos de materia reglamentada, la pirotecnia del Mediterráneo dejó a las claras que en sus poco más de cinco años de existencia, se ha convertido en uno de los referentes de la catedral de la pólvora.

No pudo con Toni García el estrés al que fue sometido por la vergonzosa burocracia con la que fue atosigado. Es inadmisible que a unos profesionales, que se juegan el tipo en cada disparo, se les someta a una presión gratuita como se pudo comprobar esta mañana hasta casi el primero de los truenso de aviso. Momentos de nervios, de estar en capilla como dirían los taurinos, eran constantemente interrumpidos por los cuerpos de seguridad del estado, por los medios de comunicación, por las visitas, hubo de todo dentro de esa plaza sin el mínimo de los respetos a los profesionales que allí se encontraban. Algo muy serio y a tener en cuenta. Hablamos de metro o dos metros de distancia por una gripe, pero no de la seguridad necesaria con más de 150 kilos de matería explosiva en liza.

Por suerte no hubo ningún problema. Algarrobo, o lo que se adivinaba de él entre una nube da cámaras, dio el visto bueno, y las Falleras Mayores de Valencia pronunciaron la orden de disparo.
Lo vivido después es para guardarlo en el recuerdo, como la imagen de ese fallero de barrio, emocionado en su plaza mayor, con su mujer a su lado sin poder contener las lágrimas, y su madre aguantando los botes del Maestro en el balcón consistorial ante la petición de un público entregado.