Al son de la traca valenciana, como mandan los cánones de una correcta mascletà, iniciaban los hermanos Caballer un disparo armónico y contundente que en su primer arrebato dibujó la señera valenciana en el azulado cielo de Valencia.
Sin prisas, paso a paso, comenzaba un elegante dialogo tierra aire de réplicas y contrarréplicas que llenaron la plaza de esa música que tango gusta y que debería ser como la paella, de obligado cumplimiento cada domingo del año.
Los de Almenara volvieron a mostrar su profesionalidad y buen gusto, que hace de sus disparos una cita ineludible.

Una plaza abarrota comienza a ver los avances de la falla municipal, como las de otras demarcaciones. En el balcón entre políticos, mises y falleros, se llegaría al no hay billetes.

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