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Julio ok2022 Anno Domini. Vigésimo segundo año del siglo XXI y por tanto del tercer milenio. Año del tigre en el horóscopo chino, e internacional del vidrio para la Organización de las Naciones Unidas.

En la graciosa ciudad de Valencia, sus gentes, bueno, todas no, algunos de los denominados como falleros y falleras, debatirán sobre su futuro.

El mañana de una fiesta que, sufragada por el bolsillo de cada uno de sus cerca de 100.000 integrantes, más ciertas migajas institucionales, genera una actividad económica de más de 750 millones al año. Una cifra de cuyo IVA repercutido se embolsa un cuantioso porcentaje la administración pública.

Una manifestación cultural tutelada desde hace casi un siglo por la administración local, y al vaivén de la política municipal.

Prácticamente cien años de control, de sometimiento a un patriarcado municipal con la única justificación de la tradición, según unos, la dependencia económica según otros, la falacia legislativa o el conformismo mundano.

Desde fuera podría incluso parecer, que no hay fallero o fallera con suficientes conocimientos para organizar nada, o que, en el momento de darte de alta en cualquier comisión fallera, se te elimina automáticamente de tu ser cualquier atisbo de profesionalidad, poder de convocatoria o estudios universitarios.

Quizás desde el consistorio valenciano deben entender que la condición de fallero te incapacita para cualquier tipo de gestión, debiendo ser ellos, los políticos, y lógicamente por nuestro bien, quienes ostenten el ‘mando en plaza’ mientras que en su indulgencia repitan ‘las fallas serán lo que quieran los falleros’.

Recordemos por un instante lo que indica el artículo 4.1 del vigente Reglamento Interno de Junta Central Fallera:

Componentes de la Junta Central Fallera

La Junta Central Fallera estará formada por los miembros siguientes:

a) El alcalde del Excelentísimo Ayuntamiento de Valencia, como presidente nato del organismo.

b) El concejal del Excelentísimo Ayuntamiento de Valencia que designe el alcalde como presidente ejecutivo del organismo.

c) El Consejo Rector.

d) Vocales electos, designados por los sectores falleros.

e) Vocales de libre designación del presidente de la Junta Central Fallera.

f) El coordinador general.

¿Realmente es necesario este sometimiento? ¿No son suficiente mayorcitos los falleros y falleras para precisar tutelas?

No me vale ya lo de la ley. Ni valía entonces, cuando los falleros votaron la segregación, que lo hicieron, ni es necesaria una independencia, tan sólo una pequeña dosis de esa democracia de la que algunos se vanaglorian.

Dejémonos de monsergas, intereses que no son los nuestros y de un control paternal indefendible en pleno siglo XXI.

En plena cuarta revolución industrial es inconcebible que sigamos a su amparo. Que los falleros no puedan hablar de tú a tú con la administración sin intermediarios para exigir, por ejemplo, parte de lo que aportan a la ciudad, y con el único fin de poder generar mayores beneficios.

Estamos ante el peor momento económico de la historia de las Fallas y de las empresas relacionadas directamente con ellas. Nos enfrentamos a un reto impredecible, y ante esto no podemos seguir callados. Aguantando la humillación de una hostelería que niega la mayor cuando hablamos de una tasa turística, o de una administración que elude el derecho fiscal que como patrimonio cultural nos merecemos.

Es tiempo revisar unos reglamentos, y por ello el primer punto a solventar debiera ser nuestra mayoría de edad. Sin miedo, con responsabilidad y cabeza fría afrontar el futuro.

Yo sí creo en la capacidad de gestión de infinidad de falleros, sus estudios o méritos empresariales, les avalan. Sin mentiras ni intereses partidistas, asumamos nuestras responsabilidades de futuro.

¡Basta ya de tutelas!

Manolo okQue las Fallas son el gran evento con un potencial infinito de promoción y de riqueza lo llevamos diciendo los propios falleros hace años. Los mismos en que se nos ha ido ninguneando, haciendo buena la expresión aquella de “cuánto te quiero perrito, pero de amor poquito”.

Aprincipios de junio cristalizaba aquello por lo que muchos apostaban desde hace años como algo necesario, más en los tiempos que corren. Se creaba, desde la Generalitat, una comisión asesora para la promoción y difusión de las fiestas tradicionales de la Comunitat Valenciana.

El jefe del Consell subrayaba el carácter de motor cultural, turístico y económico, afirmando que las fiestas tradicionales son los verdaderos grandes eventos de nuestra tierra. Y no le falta razón.

Que las Fallas son un gran evento con un potencial infinito de promoción y de riqueza lo llevamos diciendo los propios falleros hace años. Los mismos que se nos ha ido ninguneando, haciendo buena la expresión aquella de “cuánto te quiero perrito, pero de amor poquito”. Seamos realistas. A las fallas se las utiliza como moneda de cambio cuando llegan los tiempos de darse baños de masas, hacer populismo barato y sacarnos el orgullo adormecido porque “los otros nunca os valoraron”. Todo va siempre de lo mismo. Y así va el mundo.

Las Fallas son un evento de dimensión tremendamente importante, que no se acaba nunca, pero lo dejamos marchitar. Todos. Nosotros los falleros también, porque menospreciamos nuestro propio potencial en aras de no complicarnos la vida y mantener un estatus más o menos favorable para poder seguir haciendo camino. Eso es conformismo, y suele estar, como poco, envenado para progresar, avanzar y hacerse grande.

Vienen tiempos fuertecitos, donde se van a poner a prueba muchas cosas dentro de las fallas. El momento actual mundial nos advierte que, tras la crisis sanitaria, que creíamos que era lo peor que nos podía pasar, hay más cosas acechando tras la puerta. Y eso que la pandemia no ha acabado, pero en lo concerniente a restricciones y libertades vivimos con normalidad.

Teniendo en cuenta todo lo dicho, hemos de creer con fuerza y aplomo en nuestra condición de motor cultural, porque somos cultura y tradición. Ese motor es turístico y económico también, pero para que el motor llegue a las suficientes revoluciones para correr necesita gasolina. Y la gasolina está de mírame y no me toques. El símil me viene que ni pintado.

No me refería a gasolina de surtidor, evidentemente; me refería a recursos, tanto materiales como económicos, para seguir adelante en mitad de una tremenda crisis en demasiados flancos. Teniendo en cuenta que fiestas tradicionales como las Fallas se sustentan con el dinero aportado por los miembros de cada una de las comisiones que las integran, y teniendo en cuenta las estrechuras de cinturón que se nos vienen en un futuro cercano, sino ya mismo, es tiempo de poner más empeño en recibir lo que nos merecemos. Y no es sólo el recurso de las ayudas institucionales, que también. Hemos de tener el lugar de importancia merecido, escuchar y negociar desde una posición privilegiada. Porque al final -aviso que va topicazo real- las Fallas las hacemos las falleras y los falleros.

Por ello me congratulo al ver que, dentro del organigrama de asociaciones que pertenecen a la comisión se encuentra la Interagrupación de Fallas de Valencia. La entidad, definitiva y definitoria en la famosa e histórica Mesa de Seguimiento que, conjuntamente con el resto de las instituciones, logró llevar a la fiesta fallera a la calle después de que todo se paralizara en marzo de 2020, tendrá carta de importancia y opinión en este órgano de reciente creación. Para mí, un hecho por el que congratularnos y felicitarnos.

El trabajo que tenemos por delante es de todas las personas que componemos el colectivo, es del engranaje fallero. Hemos de remar y seguir sumando juntos, sin taifas independientes creadas por intereses determinados. Aquí se trata sólo de una cosa, crecer y capear el temporal desde la unión, la convicción, la fuerza, la cultura y el amor a la fiesta del fuego valenciana. Y quien no quiera sumar, pues que se coja una puerta, ¿no creen?