Carro vacío

Julio okVaya sorpresa, señores, creí que no leerían mis ojos, ni escucharan mis oídos, que aquellos que tanto rajaron, serían hoy sus valedores. Y digo primeramente señores, no por cuestión sexista, sino por haber sido ellos, a quienes mayoritariamente, les daban alergia las flores.

Tanto ramito, decían, tanto circo interminable, como ellos no las llevan, veas tú los figurones. Y así podría seguir, con una larga letanía, de muchos de aquellos comentarios, recurrentes cada día de cada año que tocaba decirle al mundo que había Fallera Mayor, y no la Reina de las flores.

Es lo que tiene la edad y cuidarse la memoria, que, a más de un hipócrita, con todas las letras, le recomendaría kilos y kilos de rabitos de pasa.

Como dicen ahora aquellos que justifican un bulo, ‘¡esto no lo leerás en los medios!’ porque así en realidad era. Pocos hemos cargado públicamente contra semejante pasarela petulante, no conviene... Eso sí, en privado ni les cuento -si hablara el primer piso del Palau- donde allí se desquitaban los que no estaban ya en el bar durante el ‘desfile’. De todo hubo al respecto, por política o notoriedad, que para el caso es lo mismo en este caso a tratar.

Recuerdo un “¡que esa no sale y punto!” (evitaré el exabrupto que cerraba el debate). En la puerta del ascensor quedaría para escarnio público hasta que alguien, no sé quién, la llevara a un contenedor. Devolverla al remitente hubiera sido el colmo.

Que si el orden protocolario, el tratamiento del susodicho en cuestión o estamento, o la última, el tamaño, porque señores, repito de nuevo el formalismo por razones obvias de tontería y traumas varios, el tamaño aquí sí que importa, y mucho. No vale el detalle en sí, ni siquiera que dos docenas de rosas cuesten bastante más que medio campo de margaritas. Vergüenza me genera que lo realmente importante sea saber quién la tiene más grande, buscando alcanzar el cielo en ofrenda al ego de quien se cita, en lugar de rendir pleitesía a quien se exalta. Mostrar bemoles al mundo mientras el patio de butacas vibra como en Mestalla o el Ciutat de Valéncia reivindicando sus colores, mientras se desloman sus porteadores, y preparan las gargantas para un largo “¡uuuuyyyyyy!” cuando en las escaleras la empresa se convierte en la esperada atracción de feria.

Hay quien incluso pide que se recorten los discursos de mantenedores (que también) para mantener el desfile, porque lo importante, es, al parecer, como dije, el ego, la foto, el circo, olvidándonos del cometido, y lo que es peor y no se ve, el marrón que les dejamos a los progenitores que recurren generalmente a una empresa de reparto para ‘deshacerse’ de la citada carga.

Seamos serios, no caigamos en la trampa de bandos nacidos de guerras políticas que no atañen a los falleros. Que nos dejen en paz, y quien sinceramente quiera rendir pleitesía, que lo haga de corazón.

Por el contrario, si esto va realmente de flores, quienes quieran ser tan espléndidos como buscan aparentar, en la mayoría de las ocasiones con el dinero de otros, no les importará remitir una elegante orquídea Oro de Kinabalu, o mejor, una flor Shenzhen Nongke en bandeja de plata. Aunque si quieren reivindicar el ego patrio, igual el Azafrán es más práctico. Unos bulbos de Crocus sativus con unos gramitos de sus estigmas les haría quedar de lo más ‘chic’, y seguro que los volverán a recordar en la paella del domingo.

Pero claro, esto quizás no luce tanto en un pasillo, y la foto es menos foto. Vamos, como lo de la defensa de la lengua que tanto dicen que reivindican desde el consistorio o la concejalía, siempre que tengan un micrófono delante, para luego no tener lo que hay que tener y seguir promocionando un concurso de playback en la lengua de Shakespeare. Ojo, no confundamos, enormes los infantiles, nada que ver con ellos este apunte, aunque, no les mentiré, no creo que sea el día adecuado, pero mucho mejor, dónde va a parar, que una batalla de pelotitas.

 

 

 

Manolo okLas Fallas van camino de ser otras, que serán iguales pero diferentes. Ese es el gran reto al que nos enfrentamos en este mundo poscoronavirus  (casi, que aun quedan flecos) donde la fiesta se enfrenta a su mayor reto en décadas.

Los retos de verdad, los que orgánicamente afectan al continuo de la fiesta, nuestro espacio-tiempo particular, son tremendamente decisivos para asegurar la pervivencia del propio tejido asociativo, al tiempo que necesarios para que el sector productivo fallero no se desgaje y se vaya a pique. Porque al final, guste o no guste, la fiesta pivota en dos centros: la falla y los falleros.

Las comisiones falleras están ante uno de sus mayores desafíos. Uno que afecta directamente a su funcionamiento y también a lo que, no nos engañemos, era parte fundamental de su idiosincrasia. Va directo al hueso de la gestión y al (mirémonos a los ojitos) meninfotisme en muchos aspectos ya de forma sistemática y tradicional.

La asamblea de enero lo puso de manifiesto. El edil Carlos Galiana habló de cerca de un centenar de comisiones rezagadas en poner al día cuestiones de burocracia dentro de los expedientes de las subvenciones. Lo hemos dicho desde esta atalaya en no pocas ocasiones: la burocracia (necesaria) está asfixiando a las comisiones falleras. Y en muchos casos pueden ser trabas o circunstancias, pero en otros muchos es simplemente estupefacción u olvidó, fruto también de la propia condición de los directivos de las comisiones, que no se dedican a ello 24/7. Las fallas son una fiesta, una afición, más que eso, la vida. Pero la vida es mucho más que las fallas para muchas personas, y la actual configuración burocrática no mira pelo. Plazos, documentación, rigurosidad. Y ni un pero o se congela el expediente.

No, no es persecución al fallero ni nada similar, no me vengan ahora con esas. La organización burocrática de todo en general ha sufrido un cambio drástico, provisto en gran parte por las sedes electrónicas y la organización digital de los trámites. La brecha tecnológica de las comisiones en particular también se deja notar en este caso. Estamos hablando de un tiempo en el que el consistorio riega a las comisiones de diferentes ayudas y subvenciones, además de controlar los permisos de ocupación de vía pública, por ejemplo. Y sí, un mes antes hay que hacerla. Y sí, un papel no presentado de una subvención congela el resto. Y si no, tot per l’aire.

Luego tenemos lo de siempre. A la presidencia o la persona encargada de la secretaria se le pasa el plazo de solicitar las entradas de la exaltación o de, más sangrante, presentar a sus candidatas a la preselección del sector. Y con las manos formando una barraqueta piden ‘perdón, perdón’, y dicen aquello de que las chicas no merecen el castigo por culpa de haberse olvidado, de que el correo no se haya visto o de qué sé yo. Ya, pero es que estamos en 2023, y los plazos están para cumplirse. Errores, todos los del mundo, faltaría más, hasta el mejor escribano hace un borrón. Pero en una fiesta donde somos de nuevo casi 100.000 almas, cerca de 400 comisiones y muchas circunstancias personales, las cosas no pueden ser como hace 50 años.

En cuanto al arte fallero, ya no sé ni cómo decirlo. Crisis es poco para definir aquello que te transmiten y te dicen los artesanos en los talleres. En el artículo sobre las fallas de Especial de este mes apelamos a la ‘épica’ de los responsables para llevar a cabo sus proyectos. Pero no sólo nos referimos a los de la sección de oro. Todos, en todas las secciones y en todas las categorías, están apelando a esa épica de la profesión para salir este año a la calle. Vamos a ver grandes trabajos, por supuesto, como en la Exposición del Ninot, pero que la fotografía no nos haga olvidar el sustrato donde todo pasa.

Si el año pasado ya comenté que el fichaje de artistas por parte de las comisiones resultó, en muchos casos, agónico por la falta de oferta ante la demanda, haré con ustedes una apuesta para la firma de las fallas de 2024. La situación será peor. Espero equivocarme, pero mucho me temo que no será así.

Muchos retos, muchos extremos, muchas cosas que analizar. Importantes. Porque al final lo importante es lo que hará que la fiesta continue andando.

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